Mi Carrito

Recuerdo del día que las mujeres votaron por primera vez

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Se cumplen 70 años de la primera vez que las mujeres pudieron votar y ser votadas en Argentina. La Ley 13.010 de Sufragio Femenino fue promulgada el 23 de septiembre de 1947 gracias a la militancia de diversas organizaciones feministas y, fundamentalmente, por el apoyo político de Eva Duarte de Perón. Cuatro años después, la normativa se puso en marcha para las elecciones que enfrentaban al Partido Peronista con la Unión Cívica Radical. 

¿Qué impacto tuvo el voto en las mujeres de esa época? ¿Cómo se imprimen las conquistas políticas y colectivas en las historias particulares? ¿Qué pasó por el cuerpo de las miles de mujeres que se movilizaron a votar por primera vez?  ¿Estaban nerviosas, contentas, tenían idea del momento histórico que atravesaban? 

Ese 11 de noviembre de 1951, Nieves Ameal Etchebarne, se vistió con su pollera escocesa de tablas y fue con la mayor de sus tías paternas a votar a una escuela pública de Sarandí, en Avellaneda. “Me puse muy nerviosa. Meterte en un lugar y elegir una boleta que quisieras era algo que no habíamos hecho nunca. Fue un momento muy conmovedor, reconozco que, pese a todo el racionamiento que me hacía, estaba emocionada”, recuerda en diálogo con Feminacida.

Nieves tiene 92 años, nació en el sur del conurbano bonaerense y fueron las calles tranquilas de Sarandí las que la vieron convertirse en una pequeña y rebelde feminista. Hija única de madre ama de casa y padre ferroviario, y primera nieta de abuelas y abuelos inmigrantes y anarquistas que alimentaron su fanatismo por la pregunta. Siempre tuvo alguna biblioteca a mano para saciar su curiosidad con esos objetos fundamentales que son los libros. Observadora, desde chica notaba las diferencias con los varones. “Yo vengo de una barriada muy laburadora donde los hombres y las mujeres trabajan en las fábricas y los chicos y las chicas jugábamos en la vereda. Todas las tardes, los varones jugaban un partido de fútbol y cuando terminaban se quedaban conversando en la esquina, tomando algo, hacían lo que querían. Entonces, con nueve años ya me pregunté por qué nosotras no podíamos. Creo que de ahí me salió el feminismo”, confiesa.

Sufragio universal, pero ¿para quién?

La Ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, estableció el voto universal, secreto y obligatorio para varones argentinos, nativos y naturalizados, mayores a 18 años. “El voto estaba, pero no podíamos votar, ¿por qué? Porque era para varones, faltábamos nosotras”. Nieves define que el voto fue como “un balde de agua fría en muchos hogares” porque era uno de los grandes privilegios masculinos, un espacio de la vida social y política que, hasta ese momento, les había sido exclusiva. 

“Todas las vivencias alrededor del voto fueron importantísimas. En mi barrio, que era de gente muy humilde, las mujeres empezaron a hablar sobre la cámara de diputados y de senadores. El voto y el peronismo nos hizo aprender todas esas cosas que eran desconocidas para nosotras”, señala y enfatiza que ella no lo vivó como un regalo, sino que sabía que elegir era algo que les correspondía y que debían tener. 

Si bien el empuje político de Eva Perón fue la clave del éxito para que el Congreso Nacional sancionara el sufragio femenino, la militancia por los derechos políticos de las mujeres ya tenía un largo recorrido con las sufragistas como Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo, Elvira Rawson, Alfonsina Storni y otras tantas mujeres que confluían desde el socialismo, el feminismo y el radicalismo. “Las socialistas venían luchando hacía rato y a algunas no les gustó nada que el peronismo se apropiara del voto. Era como si Perón nos estuviera dando una dádiva. Pero en realidad no era así, lo que nos otorgaron fue un derecho que nos correspondía ¿Por conveniencia?”, pregunta y se responde a ella misma: “No sé, no quiero entrar en eso, no creo que tenga sentido. El asunto es que conseguimos el voto”.  

Con el empadronamiento, las mujeres obtuvieron, además, la Libreta Cívica. Esta documentación saldó la condición de ciudadanas de segunda que, hasta 1947, sólo contaban con su partida de nacimiento como registro de su existencia. Nieves no recuerda donde la guardó, pero sí conserva la emoción de sentir que invadían el mundo masculino. También guarda en la memoria la pollera escocesa a tablas, no sólo porque fue lo que la vistió ese día tan importante, sino y, sobre todo, porque la hizo una de sus tías paternas. Desde niña, las mujeres que fue cruzándose tuvieron un papel clave para inspirarle lo que años más tarde nombraría feminismo. 

Las mujeres de Nieves

Mujeres independientes, trabajadoras de fábricas o del hogar, con hijxs o sin ellxs, casadas o solteras, con estudios universitarios o militancias activas. La vida de Nieves estuvo siempre rodeada de mujeres. “Cuando era chica, en el barrio, ya veía que había mujeres solas. Tenían familia, pero vivían solas. Eso me llamaba mucho la atención y me hizo dar cuenta de que había otra manera de vivir, que había opciones más allá de tener marido y criar hijxs”, describe. 

Le cuesta ubicar el momento en que empezó a militar en los feminismos, en parte porque es algo que la acompañó siempre. “Mis hijxs iban a un jardín público de Monte Grande, en Esteban Echeverría. Ahí, conocí y me hice muy amiga de una chica socialista-comunista porque nuestrxs chicxs iban a la misma salita”, aclara. Fue con ella que descubrió la Unión de Mujeres Argentinas (UMA), la organización fundada en 1936 por Victoria Ocampo, y que fue el espacio que Nieves encontró para poder compartir con otras y sacarse dudas. 

Comenzó a hablar de violencia contras las mujeres en 1988 cuando Carlos Monzón asesinó a Alicia Muniz y proliferaron diversos grupos en los que empezaban a ponerle palabras a lo que vivían todos los días. “Iba a un taller en Avenida Corrientes y Pasteur que lo daba un grupo de personas muy preparadas y participaban mujeres que habían conseguido salir de la violencia. Ahí leí muchísimo”, relata. 

Los talleres fueron y son una constante en su vida. Nieves no estudió ninguna carrera universitaria, pero nunca dejó de leer ni de participar en espacios de formación. Así fue como conoció a Nora Pulido, coordinadora del Colectivo de Derechos de Infancia y Adolescencia: “Empecé a tomar talleres en la facultad de Filosofía y Letras, Nora es una gran feminista daba un curso sobre Derechos Humanos con perspectiva de género, con ella aprendí mucho”. 

Los Encuentros Plurinacionales fueron otra pieza fundamental y su voz se endulza cuando dice que fue a “casi todos”. El entusiasmo se le sale del cuerpo: “No sé si las mujeres que lo empezaron se daban cuenta de lo que estaban haciendo”, reflexiona. “Vas al Encuentro y ya no volvés siendo la misma persona. Aunque te hayas pasado los días discutiendo, no hay forma de volver igual”. No se arrepiente de haber participado en ninguno, ni siquiera del que se hizo en Mendoza en 2004, donde un grupo de chicos católicos que pertenecían al Opus Dei las atacaron gritándoles “asesinas”, porque ella ya venía participando en la militancia por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. 

“En una época no teníamos mucha plata, entonces cocinábamos cosas que se pudieran conservar, me acuerdo de que una amiga de Nora hacía un pollo al escabeche que era riquísimo. Nos quedábamos a dormir en escuelas públicas y compartíamos entre todas lo que habíamos llevado. Esas noches hablando de todo eran impagables”, describe y parece que estuviera sentada en el piso de esa escuela en confidencia con sus amigas. 

Construir y transformar la historia

En diciembre del 2018 conoció a Rita Segato, la escritora, antropóloga y activista feminista argentina, en una charla convocada por la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). Cuando terminó se acercó a pedirle una dedicatoria en el libro La Guerra contra las mujeres. “Escribió: con cariño y esperanza. Esa última palabra que no se usa mucho me emocionó”, confiesa y la voz se le quiebra: “No digo que el mundo se va a arreglar de un día para el otro, porque está muy deteriorado, pero tengo esperanza. Eso me lo dan lxs jóvenes que están reviviendo muchos valores”.

Ese mismo año recorrió la Avenida de Mayo y fue con sus nietxs a la plaza del Congreso. Pero lejos de ser la abuela que lxs lleva a jugar, fue con ellxs a militar por el aborto. “Recuerdo la noche que el Senado no lo aprobó. Había ido con Pedrito que, entonces, tenía 10 años. Él estaba tan emocionado, todo el tiempo me tiraba del brazo y me decía: ‘Abuela esto que estamos viviendo es histórico’. Y claro que lo fue”. 

Si bien, en ese primer intento de debate legislativo, el aborto no logró convertirse en ley, sí permitió que toda la sociedad hablara del tema. Las sobremesas argentinas se tiñeron de verde y muchas mujeres pudieron sanar silencios y vergüenzas que llevaron durante años. “Se levantó un velo y donde parecía que ninguna mujer abortaba, se pudo empezar a nombrar”, sostiene.  

El debate del aborto, tanto en 2018 como en 2020, acercó a miles de personas, de todas las edades al funcionamiento democrático. Abrió no solo conversaciones sino las puertas del recinto y las discusiones se llevaron a todas las esquinas. Luego del Matrimonio Igualitario no había habido tratamiento legislativo que hubiera ocupado tanto la vida pública. Esa pedagogía democrática también la tuvo el voto femenino. “Ahora que lo pienso son todos hitos. En esos momentos, quizás, no te das cuenta. No tomamos la dimensión histórica de las cosas”, explica Nieves y agrega: “Lo que sí te das cuenta en ese momento es la emoción con la que lo vivís y la certeza de que eran derechos que no teníamos y que los debíamos tener”.   

Es una abuela muy presente y disfruta de compartir tiempo con sus nietxs, pero, sobre todo, conversaciones. Sin abandonar sus actividades, porque también de esa manera enseña a sus nietxs a ser independientes, le gusta poder abrir todas esas charlas que ella no pudo tener con sus abuelxs. Cita a Rosa Luxemburgo: “Fui, soy, seré la revolución” y con ese mantra es que encara todas las relaciones y acciones de su vida. “Todos los días hay que hacer la revolución, hasta en los actos que parecen insignificantes, sin agarrar ningún arma”, aclara.

Cree, como Segato, que son los grupos solidarios de mujeres uno de los caminos para que el mundo cambie. Le gusta leer y prestar sus libros cuando los termina porque “que estén en la biblioteca no sirve para nada”. Encuentra paz en la pintura con acuarelas y lo que la impulsa es reunirse con sus amigas y vecinas de la calle Bolívar. Ahora vive en San Telmo, en la Ciudad de Buenos Aires, cerca del Parque Lezama. Ese espacio verde le recuerda a su Sarandí de la infancia porque es un parque muy visitado por lxs avellanedenses.

No volvió a la escuela donde votó por primera vez, pero sabe que era cerca del Policlínico -Hospital Interzonal General de Agudos Presidente Perón- donde votó Evita y quedó registrado en aquella famosa foto donde se la ve en la cama junto a su enfermera. La emoción y la fiesta de aquel día se mantienen hasta hoy. “Yo sigo yendo a votar porque pienso que, así como está, el mundo está muy arruinado. Hay personas que no les interesa saber qué le pasa a lxs demás y eso hay que revertirlo. Hay que tratar de poner lo que una puede para hacer un mundo mejor”, concluye.


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