Colaboraciones: Candelaria Domínguez Cossio (texto) y Victoria Eger (fotos)
—¿Por qué no parar con todo lo que hemos pasado hasta ahora?
Adriana es actriz y está sentada en la intersección de Avenida de Mayo y 9 de julio junto a su amiga Sonia, con quien cumple 50 años de amistad y se define “como una sobreviviente”. Las dos tienen anteojos rojos y el pelo corto. El aniversario de su vínculo las encuentra abrazadas, compartiendo la misma lucha. Las dos coinciden: a las mujeres nos sobran motivos para parar la olla y salir a marchar.
No hay pausa que se genere sin un movimiento. Cuando paramos, las mujeres, lesbianas, trans y travestis ocupamos las calles con todas las historias que configuran nuestro pasado y presente. Construimos desde los espacios vacíos que dejamos en nuestros trabajos. Hacemos de esa ausencia una movilización que proyecta esperanza sobre el asfalto. Nos apoyamos en el canto aguerrido y la mirada serena de las compañeras. Acompañamos las luchas de todas, y al mismo tiempo politizamos nuestra intimidad. El cuerpo puede parar, pero el deseo jamás. Carteles, purpurina, pañuelos verdes y gritos ardientes contra el patriarcado hilvanan identidades diversas y se funden en una certeza.
Estamos de pie por cuarta vez.
Alerta: basta de violencias
Maia es cantante. Tiene 55 años, el pelo platinado y se define como una artista. Marchar es un acto con doble carga simbólica para ella. Su militancia feminista transcurrió durante una adolescencia marcada por los silencios, la censura y la represión de la última dictadura militar en la Argentina. La cuarta ola la reencontró en las plazas con jóvenes que ya no deciden guardarse nada y le generan seguridad:
— No me voy a detener ahora.
Lourdes tiene 13 años. Se acomoda el pelo lacio y rubio mientras sonríe ante el celular de su madre que le saca fotos con el emblema de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. En diálogo con Feminacida, cuenta que marcha por las que no pudieron volver a sus casas y ya no tienen voz. Su hermana tiene un año más que ella y asiente mientras la escucha.
En el documento leído al final del acto, se mencionó que en lo que va del año hubo 48 femicidios y 16 transfemicidios. El reclamo por la intervención del Estado para prevenir y erradicar todas las expresiones de la violencia de género fue uno de los pedestales del discurso y de los relatos de quienes pusieron el cuerpo en la calle. Porque ni el año electoral ni las promesas vacías de campaña hicieron mella en las mujeres. La rabia y la lucha sobran en los cuerpos hartos y en los corazones vivos que pelean por aquellas que no pueden estar ahí.
Las pibas no quieren llorar y ni despedir a ninguna compañera más: estamos en emergencia.
Erica es una mujer trans de 51 años. Pasea por Avenida de Mayo con su bici y se detiene en una de las esquinas para participar de una intervención artística. “Estoy acá porque puedo caminar tranquila, mirar a la gente a los ojos y que te devuelvan la mirada. Me parece bellísimo que una compañera que se acuerda de tu cara se acerque a hablarte. Acá no estoy a la defensiva. Espero vivir así todo el resto de mi vida”, manifiesta a Feminacida.
Hace tiempo que el feminismo se posicionó como un movimiento que defiende los derechos de todas las mujeres y disidencias. Las identidades trans y no binarias estuvieron presentes para repudiar las posturas biologicistas que las encasillan en etiquetas de las que nos queremos desprender. Silvana Sosa, integrante de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina dialogó al respecto con Feminacida: “Estamos acá para decir ni una menos: basta de transfemicidios. No queremos que el patriarcado se siga metiendo con nuestros derechos. Nos matan por lo que somos y por nuestros logros. Exigimos justicia e igualdad de oportunidades para todes”.
Niñas, no madres
“Esto es pelear como nena”, reza el cartel que sostiene una niña vestida de verde, de pelo corto y menos de un metro y medio de altura. A su lado, una chica apenas más alta, sonríe y posa ante la cámara con un mensaje claro: “Dice mi mamá que si te parezco chica para usar pañuelo verde me imagines pariendo obligada”. Dos mujeres con las mejillas coloreadas de violeta caminan lentamente y se detienen en una imagen: “A los doce años quiero jugar, no criar”, sentencia la pancarta de una niña frente a ellas.
Las infancias multiplican sus voces en este 8M. Marchan de la mano o en las espaldas de sus hermanas, madres, tías, abuelas y primas. Hacen tambalear los cimientos de discursividades y prácticas violentas que defienden la maternidad forzada de una niña de once años. Son protagonistas de una lucha intergeneracional que no concibe una revolución sin escucharlas. No tienen miedo: la calle y el presente son de ellas. El futuro también.
El feminismo al poder
El Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Trans y Travestis de 2019 tiene una particularidad: estamos el pleno año electoral. No nos basta con llenar las plazas y avenidas. Queremos gobernar. Nos aferramos al legado de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, presentes en el acto final, y al de las pioneras de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito. Nos plantamos frente al Estado Nacional para exigir la defensa y promoción de nuestros derechos en un contexto marcado por el avance de los sectores políticos más conservadores.
Andrea es taxista y le explica a Feminacida cómo le afecta la situación económica del país a ella y sus pares: “El avance de las multinacionales nos está precarizando. Cada vez tenemos que trabajar más para ganar lo mismo o menos, y como mujeres nos ocupamos de un montón de otras cosas que los varones no”.
Los ejemplos no dan tregua: eso que llaman amor, es trabajo no remunerado. Las medidas neoliberales y la feminización de la pobreza calan hondo en las mujeres a cargo de las tareas domésticas y de cuidado. La violencia económica es una de las caras más invisibilizadas del patriarcado en la agenda pública. Nos atraviesa de forma transversal y, a su vez, se arraiga en la diversidad de nuestros colectivos. Las trabajadoras, migrantes, indígenas, villeras, mujeres con discapacidad insistimos en la construcción de una sociedad donde haya lugar para todas y se dejen de vulnerar derechos y libertades.
El clímax del paro llegó cuando se advirtió la falta de dinero para comenzar el acto. Las compañeras armaron una caja para recaudarlo y así quebrar el boicot que las centrales sindicales, burocracias asociadas a la iglesia hicieron al no pagar su parte destinada al sonido en el escenario. La huelga se hizo desde abajo, desde las trabajadoras, desocupadas, jubiladas y estudiantes.
El feminismo en la Argentina no nació en un tweet de un día para el otro. Tiene décadas de historia y se resignifica en la lucha que cada compañera da en su cotidianidad, en distintas épocas y frentes. Hoy es el movimiento con más fuerza del país. Interpela, conmueve, disputa espacios y hace temblar todas las relaciones de poder. Su masividad, asambleas, formas de organización y lógicas horizontales ponen en jaque las estructuras más elementales de la opresión. Las pibas lo saben. Por eso, recorren la Avenida de Mayo con una bandera y veintiún letras negras que sintetizan lo que viene.
“Gobernando nos queremos”.