Mi Carrito

Arte disidente para ganar la batalla cultural

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Foto de portada: Malón Octubre Arte y DDHH por @paolunch (Instagram) - Muestra colectiva "Para todes, tode"

Por Nana Pe y Emilia Holstein

La revuelta en Stonewall agendó en el mundo entero al 28 de junio como el día del orgullo LGTTBIQ+, así en 1969 un grupo de estadounidenses marcó la historia del movimiento. Sin embargo, esto no es más que un señalador en el enorme libro de la lucha de los colectivos disidentes. Tierra de intersecciones, la disidencia siempre existió, y siempre fue silenciada, por eso la memoria se volvió constitutiva del orgullo, y el derecho a la identidad se convirtió en una de las demandas más urgentes. ¿Cuáles son los principales hitos de la lucha LGTTBIQ+ en el país? ¿Quiénes fueron protagonistas de esas luchas, y quiénes lo son de las disputas actuales? ¿Por que reivindicar la identidad no es sólo una cuestión de autopercepción, sino una estrategia política para la visibilización? ¿Qué herramientas provee la expresión artística en este camino? 

No se puede, por más buenas intenciones que se tengan, plantear una mirada crítica de la realidad sin problematizar el mandato heterosexual. La heterosexualidad es parte del combo de la cajita feliz del capitalismo, y no necesariamente la sorpresa: en este sistema donde el escenario social se divide por roles (de ahí seguramente la pregunta sobre quién es el cuchillo y quien el tenedor), pocas cosas están tan naturalizadas. Sin embargo, el hecho de  que las obras de arte se puedan reversionar y parodiar (la famosa deconstrucción),  indica que romper o cambiar las reglas es posible y qué mejor que las  herramientas que aporta el arte para hacerlo. 

El arte de luchar

La ventana de Zoom es pequeña y Luchi De Gyldenfeldt, una de las dos hermanas que conforman el conjunto Ópera Queer, está cubierta con un tapado que ocupa gran parte del cuadro. Observa su imagen y se gira en la silla para acomodar el cartel hecho en hoja A4 y pintado con marcador. “¿DÓNDE ESTÁ TEHUEL?”, dice en letras rojas. Luchi y Ferni describen a Ópera Queer de muchas maneras: un espacio de juego, de amor, una propuesta artística disidente, una manera contemporánea de (re)pensar la ópera, una trinchera artística en tiempos difíciles. “Esa trinchera busca visibilizarnos como sujetas históricas, como disidencias sexuales y de género, a la vez que abordamos de una forma deconstruida un género históricamente tan conservador y rígido (la ópera) desde un lugar nuevo”, sostiene Ferni, y agrega que su propuesta también permite hacer visibles cuerpas no normadas o hegemónicas en este mundo cis-heterosexual. 

Para ellas, hermanas y compañeras de militancia y artivismo, Ópera Queer y el arte en general son una manera de accionar sobre la realidad social, de visibilizar otras vidas y formas de ser que no entran en los cánones establecidos. A la vez que permite hacer eco de otras luchas. “No solamente soy artivista para que la ópera no muera, tengo que preguntarme dónde está Tehuel de la Torre, tengo que salir a decir ‘muy bien con el cupo laboral travesti-trans pero que se cumpla’. ¿Por qué? Porque son nuestras hermanas, nuestras compañeras, con quienes marchamos codo a codo”, explica Luchi. 

“El arte tiene esa capacidad, como la política, de disputar lo sensible. Trabaja con la misma materialidad que es lo sensible, el sentir las cosas, el conmover y buscar lugares donde no se trabaja lo posible, porque lo posible ya está, sino que se trabaja con lo imposible, con lo que solo sale por fuerza colectiva. Es la posibilidad de crear otra realidad o de encontrar y construir otros mundos dentro de este, o de militar esas otras existencias. El arte tiene esa potencia de decir lo que no puede ser dicho de otra manera”, reflexiona Kekena, investigadora, docente y curadora lesbiana y feminista. 

Cuando Marilina Bertoldi se presentó como lesbiana antes que mujer en la entrega de los Premios Gardel en 2019, más de uno fue víctima de una gran confusión. Pero el dato detrás de la reivindicación de la identidad lésbica como sujetx politicx, explica la necesidad de hacerlo explícito: Marilina fue la primera lesbiana en ganar ese premio, y no porque no haya habido tortas talentosas en la música argentina, sino porque el camino a los escenarios no es el mismo para todes. “La disidencia es un espacio de lucha con otres. Yo soy una torta pública. Afirmarse desde ese lugar con felicidad habilita a un  montón de compañeras a poder expresarlo”, agrega Kekena.  

La realidad posible no se construye sólo en la academia o en laboratorios. En los discursos mediáticos o políticos, en las sobremesas, en las charlas con amigues o docentes, en la identificación con les artistas, allí también se crean maneras de entender y explicar el mundo en el que vivimos. Por eso, la batalla cultural o, mejor dicho, la disputa de sentidos en el plano cultural, es clave a la hora de desarmar los prejuicios y violencias hacia el colectivo LGBTTIQ+. “Como diría Marlene Wayar, cuando al colectivo travesti-trans le das 10 minutos para que no esté preocupada por los femicidios, transfemicidios, por los desalojos, podemos crear algo bello”, sostiene Luchi. Para poder cambiar la forma en que la sociedad entiende a las disidencias sexo-genéricas, lo primero es mirarles y escucharles, prestar atención para poder aprender. 

La lucha que nos parió

Las conquistas a nivel legislativo ganaron terreno desde que las disidencias comenzaron a organizarse políticamente. La democracia no llegó en el país para todo el mundo por igual, fue recién en 1998 que se derogaron los los edictos policiales que permitían a la policía porteña criminalizar la existencia de todes aquelles que se alejaran de la cisheterosexualidad. Aunque quienes más lo sufrieron fueron las travestis al estar mas expuestas en la calle, y que también vivían la discriminación por pobres y en muchos casos migrantes. En el 2002 se consiguió  la ley de Unión Civil en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (N° 1.004), antecesora de la ley de Matrimonio Igualitario N° 26.618 del 2010. Y en 2012 se sancionó la Ley de Identidad de Género Nº 26.743, que entiende la identidad como “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. 

Además de la herencia militante de los años de dictadura, los feminismos son un actor principal en todas estas disputas. En conjunto con el colectivo LGTTBIQ+, comenzaron a impregnarse mutuamente de consignas, y el resultado fueron nuevas formas de hacer política. Sin embargo, ni uno ni otro tiene una reflexión de clase inherente a su existencia, por lo que la mirada interseccional dentro de las alianzas es lo que muchas veces termina marcando el camino. En su libro “La Berkins. Una combatiente de frontera”, Josefina Fernandez cuenta: “El feminismo interpeló  a Lohana (Berkins), pero ella, como no lo había hecho hasta ese entonces ninguna feminista, nos refregó en la cara cuál era la regulación y ordenamiento de los cuerpos, sexos, y géneros que alegremente reivindicábamos y nos alentó a revistar esos binomios universalizantes en los que estábamos atrapadas”, además claro, de no perder de vista la incidencia de la clase en la ecuación. 

El jueves pasado el colectivo trans y travesti volvió a festejar luego de la aprobación de la ley de Promoción del Acceso al Empleo Formal Para Personas Travestis, Transexuales y Transgenero por parte de la Cámara de Senadores, con 55 votos a favor, uno en contra, y seis abstenciones. En un país donde la expectativa de vida del colectivo no supera los 40 años, y donde al 2017 sólo el 9 por ciento de las travestis dijeron tener trabajo formal, esta ley, hija de esa militancia conjunta, pero protagonizada y llevada a cabo por las organizaciones travestis y trans, viene a dar respuesta a una demanda central para el colectivo. 

Sin embargo es poco el tiempo para el festejo, porque en nuestra sociedad las disidencias continúan siendo patologizadas, criminalizadas e invisibilizadas. Uno de los desafíos más grandes para pensar la construcción de un futuro más amable con todes donde el odio no sea lo normal, es el de abrazar las infancias y dejar de empujarlas  a un exilio joven y duro, que les condene a sufrir y a vivir sobreviviendo. “Creemos que militando, poniendo la cuerpa y siendo también herramienta de ese espacio como es la educación sexo-afectiva integral podemos empezar a soñar y a construir otras infancias y otras adolescencias más libres y sanas”, afirma Ferni, de Opera Queer.  

Crédito: Catalina Filgueira Risso

Durante el 2019 el 13 por ciento de los directivos de escuelas secundarias tuvo que intervenir en situaciones de discriminación por orientación sexual, según la evaluación Aprender. La ESI es clave para permitir que les niñes y adolescentes puedan ampliar el abanico de vidas posibles, para reconocerse a sí mismes y también para respetar la vida de les otres. Diego Trerotola, activista de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), sostiene que “si nunca aparecen en ningún manual, ningún libro, ninguna charla esas personas no existen, no es una posibilidad de existencia. Es grave que sigamos teniendo una educación heterosexista, patriarcal, que fomenta la exclusión”. Queda claro entonces, que las conquistas alcanzadas no son más que herramientas para desmalezar un futuro que todavía se presenta hostil para un sector de la población. 

Tierra de intersecciones bajo el Pinkwashing

“Salió la ley de Cupo Laboral”, festejó Juana Viale en el último almuerzo, en el que estuvo presente la actriz trans Mariana Genesio Peña, y el resto de la mesa expresó su alegría con la noticia. La posición a favor de la ley en un programa con una impronta tan conservadora, da lugar a la pregunta acerca de qué sucede cuando parte de la derecha y el mercado utilizan una causa sin profundizar demasiado en la gesta de la violencia, de la que muchas veces elles mismes son parte. 

“Esta bueno llenar los lugares de exposición masiva también, todos tenemos derecho a banalizar la vida. Pero hay una actitud extractivista del sistema, que todo lo coopta, todo lo trata de aprovechar, todo lo convierte en moneda, todo símbolo lo monetiza. Es la práctica del mercado que hace que nuestras luchas, nuestras muertes, nuestros dolores, nuestra alegrías sean objeto de mercado de arte, o de mercado de espectáculo. Está buenísimo que las compañeras travestis y trans sean mediáticas, que sean amadas y adoradas, pero a momentos los museos toman nuestras luchas y la convierten en un objeto que no es propio, la extraen”, comenta Kekena.  

“Yo creo que el sistema hetero-cis-capitalista hace una relectura, esto se lo escuché a Susy Shock hace varios años en el Poemario Transpirado apenas había ganado Mauricio Macri. Ella dijo: ‘Hay que entender que la derecha está leyendo un montón’, porque hoy en día estas personas que siguen existiendo, tienen un discurso mucho más progre. Hoy en día todo el mundo está con el discurso de la libertad. Son pocas las personas que les parece mal que el cupo travesti-trans se apruebe”, opina Luchi, y agrega: “La sociedad capta un montón de posibilidades, de herramientas, de productos, porque las disidencias somos geniales y nos quieren hacer un producto y venderlo”. 

Construir por fuera de la heterosexualidad

Mientras que en la actualidad el arte funciona como una trinchera metafórica para la resistencia disidente, en tiempos de dictadura este espacio fue un búnker, literalmente. En 1973 la Asociación Norteamericana de Psiquiatria (APA) eliminó la homosexualidad del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (el DSM II) y dejó de considerarla una desviación sexual y una enfermedad. Pero no fue hasta 1990 que la OMS (Organización Mundial de la Salud) la sacó de su lista de patologías. Los años ’70 en Argentina fueron marcados por el terror para gran parte de su población, y el colectivo LGBTTBIQ+ fue uno de los más perseguidos. “El discurso de patologización y estigmatización de la homosexualidad permeó la vida social y cultural de varias décadas, y fue utilizado como forma de control social para los disidentes políticos y sexuales”, cuenta Val Flores, maestra y activista lesbiana, en su libro “El sótano de San Telmo. Una barricada proletaria para el deseo lésbico en los ‘70”. 

Según Amnistía Internacional, aun hoy la homosexualidad sigue siendo criminalizada en 69 países, y en 11 de ellos puede significar la pena de muerte. 152 crímenes de odio basados en la orientación sexual, la identidad y/o la expresión de género fueron registrados en nuestro país durante el 2020, según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT.

En abril de este año Mariana Gómez fue absuelta, luego de haber sido condenada en 2019. Si bien se la acusaba por resistencia a la autoridad y lesiones leves, su caso estuvo marcado por una fuerte impronta misógina y lesboodiante. Higui, detenida por haberse defendido en un ataque también lesboodiante, todavía espera su absolución. Las cientos de publicidades de lesbianas hegemónicas chapando, no tapan la realidad de las tortas pobres, todavía criminalizadas. Tehuel de la Torre continúa desaparecido, y los dos hombres detenidos siguen negándose a hablar. La publicidad ayuda a que algunas consignas lleguen a personas lejanas a estas problemáticas, pero el cambio de fachada no sirve de nada si no se revisan los cimientos. 

El arte mayormente independiente se convirtió en micrófono de estas causas, con el objetivo de que las consignas se masifiquen y las denuncias sean escuchadas. Pero también es el espacio de transformación y construcción de nuevas identidades (políticas) y nuevas subjetividades, con éticas marikas y lesbianas, y poéticas travas. Si, como dice Susy Shock, el objeto de arte a crear somos nosotres mismes, y estas tecnologías construyen la subjetividad impresa en nuestro cuerpo, esta unión entre el arte y la militancia, entre el amor y el activismo, es esencial para construir nuevas formas de existencia, atendiendo al deseo y el cuidado personal y colectivo.


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