El Día de la Tierra es una fecha que cada vez convoca más actores a exponer su “bancada” a la causa ambiental. Algunes que se acercan tímidamente a comprenderla, otres que se siguen alejando de la coherencia, pero por suerte también hay actores fieles. Un evento que reúne a las personas - en su mayoría, jóvenes- a reclamar medidas urgentes al Estado, en pos de procurar cumplir con las metas asumidas en el más reciente Acuerdo de París. La consigna de este año es clara. En Argentina, el lema es “La deuda es con el Sur: sin financiamiento no hay transición justa”. ¿Cómo comprender la causa ambiental desde un país endeudado?
El mito del ambientalismo falopa
Como todos los viernes - y más aún por el Dia de la Tierra- hoy el movimiento de “Fridays for Future” impulsado por Greta Thunberg sale a marchar. Son eventos mundiales, pero no debemos perder de vista la importancia de su correspondiente repetición local.
A pesar de que muchos actores se embanderen esta causa hoy, sucede que en otros días del calendario estas demandas suelen ser bastante cuestionadas, especialmente en países que están en vías de desarrollo, o endeudados con fondos internacionales. Como si pensar en clave ambiental fuese un tema de lujo, como si los daños ambientales no estuviesen concentrados entre las personas más vulnerables, como si todo se tratase de “ambiente vs desarrollo”. Como si fuese incompatible buscar un manejo responsable de los recursos naturales con el desarrollo económico.
Esta fecha remonta al 22 de abril de 1970, cuando se realizó la primera manifestación que reclamaba la creación de una agencia ambiental en Estados Unidos. El pedido era en respuesta a un agitado debate social sobre las consecuencias ambientales silenciosas, pero progresivamente entendidas por la sociedad. Un puntapié crítico en esta divulgación del riesgo ambiental fue la obra de Rachel Carson, La primavera Silenciosa. Aunque parezca un hecho mínimo, en abstracto significó una demanda social precisa: “Necesitamos la creación de gobernanza que regule y monitoree los perjuicios que ya son evidentes en el ambiente”. El activismo fue fructífero y se logró la creación de Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), una agencia de regulación de la calidad ambiental, que inspiró a varios países a seguir su modelo.
Pensamiento conectivo para el pensamiento colectivo
Ojalá me equivoque, pero hoy en día se ve que el cumplimiento de objetivos de sustentabilidad se torna progresivamente más imposible dada la inacción, o mejor dicho, la acción aún lenta de los dirigentes mundiales. Actualmente, una gran parte de la población mundial se encuentra preocupada por las guerras, la inflación y el mundial de FIFA a fin de año. ¿Y cómo no, si la mayoría de la información ronda alrededor de ello?
Sucede que la Ecología enseña que el ambiente es un todo imbricado. Para comprender las distintas escalas, debemos atender los cambios de variables críticas, aunque aún no nos estallen en la cara. Es lógico pensar: “¿En qué afecta 1.5°C más a todo un planeta después de todo el daño que ya le hicimos?”. Como sé que abundan los escenarios apocalípticos, no me interesa darlos tampoco.
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Lo que sí me interesa es dejar esta idea: un aumento de 1.5°C de la atmósfera provoca una cadena de reacciones químicas y físicas a gran escala que cambian las propiedades específicas de cada hábitat de cada especie. Ésas, a su vez, se desplazan para protegerse, alterando ecosistemas, interactuando con especies que antes no hacían, provocando extinciones o sobrepoblaciones. En síntesis, desbalances a gran escala, que nos alejan del ambiente equilibrado. Al contrario, esos desbalances nos acercan más a escenarios con mayores dificultades para mantener la vida como la conocemos, mientras que se exacerban las desigualdades ya presentes. No, el fin del mundo no es un meteorito repentino.
Entonces, ¿por dónde empezamos? Podríamos decir “por todos lados”, pero el tiempo apremia y tu atención también. La clave de la acción ambiental que precisamos hoy pasa por entender las conexiones y dar con las causas al hueso desde cualquier rol/agencia que tengamos. Para lograr esos engranajes, la educación ambiental es inminente, y la comunicación, un actor clave. Por eso es que debemos aumentar nuestras exigencias de una comunicación ambiental responsable, así como lo hicimos con aquella que incluyera perspectiva de género.
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¿Tan catastrófica?
Nuestro mundo cambió y con ello, los escenarios que colocamos bajo nuestros problemas de siempre. A pesar de esos cambios de cancha, el juego sigue jugándose con las mismas cartas. En Argentina, por ejemplo, hace décadas que hablamos del valor del dólar, de cómo contener la inflación, de erradicar la pobreza y elevar niveles de empleo. Hablar de ambiente también es hablar de recursos limitados, como el dinero. Entonces, ¿qué rol ocupa la variable ambiental en estos abordajes? ¿Podremos afrontar esas adversidades del mundo actual sin incluir esa variable a nuestro análisis?
Eso no es todo. Algo que tenemos que sumar al pensamiento ambiental es la variable de urgencia. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) expuso en su último análisis que el mundo debería alcanzar su punto máximo de emisiones en 2025, es decir, ya no podemos probar soluciones como una caja de bombones. Exigir este tema en agenda o en este medio, por ejemplo, no es solo para diversificar, es para resaltar la urgencia que necesitamos en las acciones políticas.
¿La mejor tecnología? La educación
Como en el ejemplo de EPA, la demanda social es un pilar insoslayable para exigir acciones contundentes. El feminismo nos marcó el camino de la educación del comportamiento individual, la comunicación responsable y la colectivización de las fuerzas, para dar el vigor necesario en pos de elevar este reclamo a las esferas de accionar político. ¿Qué enseñanzas podemos aplicar?
Entre los abordajes mundiales de la causa ambiental, lamentablemente muchas demandas se hacen en sentidos incorrectos. Suele externalizarse en los productores de tecnologías la responsabilidad de encontrar soluciones. Y, vaya sorpresa, son los mismos coautores de la crisis ambiental actual: empresarios mega millonarios que resurgen con nuevas tecnologías para ver quién descubre la fórmula secreta. Por ejemplo, se habla de espejos dispuestos en la Tierra para que reflejen la luz solar incidente y eviten que se exacerbe el calentamiento global. Sin embargo, algo paradójico en la crisis ambiental es que nos desafía a buscar otras soluciones: no hay una tecnología que salve. Por ahora, los estudios sostienen que la solución más efectiva es la evolución del comportamiento social, las instituciones y las tecnologías.
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Pensémoslo así. Aunque probablemente no fuera el principal atractivo de inversión de Bill Gates y Elon Musk, imaginemos que alguno hubiera encontrado una tecnología tal que permitiera registrar los distintos machismos y penarlos automáticamente, pero sin revisar las causas que llevan a ellos, ni ESI, ni nada. ¿Qué nos hubiera dicho el feminismo? ¿Acaso nos hubiese bastado? La periodista canadiense Naomi Klein es muy precisa en este aspecto: desde el lado de la innovación tecnológica, seguramente habrán herramientas eficientes, lo cual no implica que sean “El Mesías” de la salvación necesaria. No hay una solución mágica, y poner nuestra fe en esa canasta no hace más que desperdiciar nuestro (poco) tiempo.
La pregunta de siempre: ¿marchar sirve? Después de todo este texto, no faltará quien diga: “No van a cambiar nada con sus marchas, nos vamos a morir igual”. Las marchas gestaron energías para pensar desde distintas esferas de acción cómo trabajar la perspectiva de género en todo el país, algo que en el ambientalismo aún se encuentra encapsulado en “los sectores específicos”. ¿Qué hubiera planteado el feminismo si hubiésemos cuestionado su movilización? ¿Acaso la multitud afuera del Congreso en cada 3 de junio, el 8 de agosto de 2018 y el 29 de diciembre de 2020 aceptaría que minimizáramos su accionar? En este 22 de abril, aprendamos más del trayecto del feminismo y reforcemos nuestro impulso de la causa ambiental.