La endometriosis es una enfermedad inflamatoria crónica que afecta la salud sexual y reproductiva de quienes la padecen. Se estima que 1 de cada 10 personas menstruantes de entre 15 y 50 años viven con ella. El 14 de marzo, día internacional de esta enfermedad, tiene como fin visibilizarla para mejorar el diagnóstico y la calidad de vida de quienes la padecen. En esta nota, Ayelén Milillo relata su historia en primera persona y hace hincapié en una de las posibles consecuencias de esta enfermedad: la infertilidad y la experiencia de someterse a un tratamiento de alta complejidad.
Especulando ando. "Tengo todo bajo control", dijo nadie nunca. La infertilidad, tema tabú si los hay, afecta aproximadamente a 186 millones de personas en el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Aunque culturalmente se lo suele asignar a las mujeres cis, esta condición puede afectar a cualquier persona de cualquier género y edad. ¿Por qué la carga social siempre recae sobre la persona que quiere gestar?
La infertilidad se define como la imposibilidad de conseguir un embarazo después de un año de relaciones sexuales sin protección. Existe también la infertilidad secundaria, es decir, la imposibilidad de conseguir un segundo embarazo luego del primero.
“Vamos a hacerles algunos estudios”. Qué frase. Y qué carga emocional para la persona que será gestante, entre tanto espéculo, piernas abiertas -con su vulnerabilidad expuesta a flor de piel- sumado al sinfín de trámites burocráticos impuestos por las obras sociales o prepagas. En Argentina contamos con una ley de reproducción asistida (N° 26862) que establece que toda persona mayor de edad, cualquiera sea su orientación sexual o estado civil, tenga obra social, prepaga o se atienda en el sistema público de salud, puede acceder de forma gratuita a las técnicas y procedimientos realizados con asistencia médica para lograr el embarazo. Hecha la ley, hecha la trampa. Imposible que no venga a la mente el refrán si esto trae aparejado negocios en las clínicas de fertilidad, dudas que poco importan cuando el deseo de ma-paternar está por encima de todo.
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Si te dicen que te vas a someter a una FIV o fertilización in vitro, entonces implica que es un tratamiento de alta complejidad en el cual deben “sacarse” ovocitos e inseminarlos fuera del útero con espermatozoides para generar un embrión. No parece tan difícil, ¿no? El tema es que, para “sacarse” ovocitos, la persona debe someterse a un tratamiento hormonal.
Llega el día de la primera inyección. “Mirá un tutorial en YouTube, te hacés un rollito en la panza y te la aplicás”, indica unx profesional de la salud. "Ah, no parece difícil", pensaría la persona. A las noche se encuentra con esa primera aguja, en un formato tipo lapicera (como la insulina que se aplican las personas con diabetes) leyendo un instructivo mientras sigue uno de los miles tutoriales que se encuentran en la web. En la mente no parecía difícil, en la práctica se encuentra con la lapicera, con el rollo apretado y contando hasta tres para autoinyectarse. Era más difícil de lo que pensaba. Con el diario del lunes, quizás habría sido más fácil que la primera se la aplique en una enfermería o una farmacia y que un profesional guíe el paso a paso del procedimiento para ganar confianza y aprender. Quizás a algunas personas les resulte más fácil o hayan definido desde el día uno pedir ayuda, o tengan fobia a las agujas. ¡Ah! pero en la mente de aquellas personas que quieren superarse y que son tan autoexigentes no cabe la posibilidad de no aprender cómo autoinyectarse, sobre todo cuando pensás en aquellxs que tienen que aplicarse inyecciones todos los días debido a diversas enfermedades.
El segundo día es más fácil, aunque pispeando el reloj sabés que se acerca la hora y que no podés pasarte mucho tiempo. Ya autoinflingirse un pinchazo no requiere un mayor esfuerzo. Pero, la información se tira a cuenta gotas. Y en los días sucesivos se van sumando inyecciones con distintos formatos. Y te encontrás yendo de acá para allá con las agujitas y las jeringas, procurando que los lugares a los que vas tengan heladera. Porque claro, las muy bichas no entienden de reuniones ni rutinas. Y el deseo es tan fuerte que la persona lo aguanta y cuenta el número de pinchazos que le falta -no los días- porque en algunos pocos tocarán tren en distintos momentos de la jornada.
“Y, ¿cómo te pegan las hormonas?”, preguntan algunxs. “A mí no me hicieron nada”, dicen otrxs. “Yo estoy con un mal humor terrible porque me siento hinchada”, agregan. Yo no aguanto más. Asusta ver el primer moretón, aquel que puede acompañarte incluso varios días después de haber terminado. Una amiga un día me dijo: “El tratamiento de fertilización ya sea de alta o baja complejidad es una de las situaciones que mayor ansiedad genera en un supuesto ránking de situaciones ansiogénicas”. No sé si es cierto, pero sin dudas 15 días se hacen eternos.
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Pero todo pasa. Es real, de alguna manera o de otra se acaba. Y llega el día de la punción. De nuevo sentimientos encontrados. Deseás que se acabe pero también tenés miedo. Y cual gladiadora esperando el veredicto del César, somnolienta, te hacen un dedito para arriba o para abajo. Porque claro, como tantas personas en el mundo, hay tantos resultados diversos. Y podés obtener muchos óvulos, pocos o ninguno; o algunos -pero que resultan ser inviables. Y en todo caso, allí se colocan puntos suspensivos porque al fin y al cabo, la verdad llegará luego. Según resultados del año 2019 de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva, la tasa de embarazo por transferencia de embriones en menores de 35 años es de 34 por ciento, porcentaje que disminuye conforme aumenta la edad de la persona gestante. O sea, una FIV exitosa no es garantía de que la persona logre el embarazo. Pero eso, mis cielxs, quedará para otra historia.
Después de una FIV se necesita tiempo. Tiempo para que el cuerpo vuelva a ser el que te acompañó previo al inicio, tiempo para que se desacostumbre a recibir esas dosis de hormonas externas, tiempo para analizar cada momento que se atravesó, todo lo que se vivió, y para auto-felicitarse por haber llegado hasta ahí, por haberlo dado todo, por superar los miedos y tiempo para angustiarse también, ¿por qué no? La persona que desea gestar y acude a la fertilización es, sin duda, un ser resiliente a otro nivel.