Mi Carrito

Gypsy Rose Lee

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Trincheras de la intimidad es un segmento literario que pretende revalorizar a las mujeres y las disidencias históricas del campo del arte y la cultura. Vamos a pincharlas con el anzuelo de las palabras y a pescarlas en el fuego de su cotidianidad. Vamos a imaginarlas en este presente despedazado, para quebrar el vallado que impone el tiempo patriarcal a la memoria histórica y para recordar que siempre hubo identidades que se opusieron a la norma.


La stripper intelectual

“Déjenme entretenerlos” le decía a los soldados recién llegados de la Segunda Guerra Mundial. A esas bestias con el corazón roto, que para anestesiar la masacre tenían que chupar hasta inmovilizarse, y qué mejor que hacerlo frente al cuerpo desnudo de una mujer.

Eso permitía el burlesque americano, o neo burlesque, el que a duras penas sobrevive hasta hoy. Se trata de un género artístico promiscuo por definición que tuvo sus inicios dentro de la literatura europea occidental en el siglo XVI, muy asociado con la parodia y que creció hasta consolidarse en el siglo XIX, en el belicoso Estados Unidos de América, como una experiencia escénica donde convivían diversas ramas del arte como el Vaudeville, el Cabaret, el Music Hall, la pantomima y Performances varias, que entre otras bellezas, sembraron una vida posible para les travas y les drags, así como para géneros musicales como el jazz.

El subtexto de aquel despliegue era una fuerte crítica social que a través de la exageración y la ridiculización, con una dosis exquisita de glamour popular, glorificaba lo socialmente inaceptable y denigraba lo dignificado. Pero el quid de su éxito, la culpa del boom que tuvo en las primeras décadas del S. XX, fue la cuestión sexual, o mejor dicho: el erotismo como ese arte de insinuar. Por supuesto que los guiones y los morlacos de estos espectáculos eran propiedad de los falos poderosos. Las mujeres, aún haciendo carne la revolución de mostrar la piel, eran oprimidas en su condición hegemónica de sujetos cosificados. Tuvieron que pasar varias décadas para que el feminismo revolucionara también el burlesque. Aunque como siempre, hubo pioneras que se opusieron al canon.

Gypsy Rose Lee fue la p*** ama que dio ese paso. Actriz, bailarina y escritora. Logró convertirse en una estrella de su tiempo, estrella literal, que como tantas otras titilan en las baldosas del paseo de la fama de Hollywood. Pero esta mujer no fue una más. Ambiciosa, inteligente, rebelde y dueña de un imbatible free pass de belleza. Gypsy Rose Lee era una stripper intelectual. Le ponía nada más y ni nada menos que palabras a su performance. Mientras las otras se aferraban a las destrezas físicas, funcionales al mandato de callar, ella aparecía en escena, totalmente vestida, despampanante y ya desde el arranque conversaba. Su show también podría calificarse como un Stand Up, porque sobre todo hacía chistes. Se servía de la comedia a la par que mágicamente se iba despojando de sus prendas y las lanzaba con picardía y puntería sobre el público magnetizado ante la escena.

Rutina de Strip de Gypsy Rose Lee

Vivir de una pasión

Les contaba cosas tan triviales como revolucionarias. Hablaba de su vida privada. Les preguntaba “¿Cómo se imaginan que es mi día? ¿Cómo piensan que es la vida de una bailarina exótica?”, y a continuación, sacándose los guantes, se respondía a ella misma y aseguraba que su rubro requiere años de concentración. “Bueno, les cuento, esto empezó cuando tenía una año en la escuela de ballet. Fueron muchos años de sufrimiento. Luego vino el colegio, oh adorado colegio. Después llegaron los estudios en biología, psicología y antropología. Y una vez terminados, sí, ya estaba lista para venir hasta acá”. Los tipos se mataban de risa con su alardeo intelectual, y quizás no entendían nada, quizás no captaban la ironía, pero a Gyspsy claramente no le importaba. Qué le iba a importar la opinión del resto a esta mujer que fue arrestada varias veces por hacer lo que amaba. 

El fragmento citado de sus palabras aparece en uno de sus pocos videos disponibles en Youtube. No hay muchos registros cinematográficos y televisivos de Gypsy por la misma razón que explica su triunfo en el burlesque. Ella era la reina del cuerpo en escena, viva, fresca. Intentó triunfar en el cine, pero (al menos como lo soñaba y como lo merecía) no lo logró. Entró en el burlesque cuando el género comenzaba a decaer tras el arruine económico que dejó la crisis del veinte, más el irrefrenable éxito del cine y la tv. Me atrevo a decir que ese contexto de declive, en su pasión, tuvo mucho que ver.

Gypsy y June

Entró en el rubro de la danza performática siendo muy pequeña junto a su hermana menor June, a quien envidiaba profundamente por ser más hermosa y más talentosa que ella. Era su madre la que se encargaba de ejercer esta permanente comparación. Gypsy, con apenas quince años, debutó como stripper. Ambas fueron niñas explotadas por una madre violenta y frustrada que quedó inmortalizada en el libro que Rose Lee escribió sobre sus memorias, Gypsy (1957). Fue la muerte de Rose, su madre, lo que le dio la libertad suficiente como para animarse a la publicación. El libro fue un bestseller. Se convirtió en uno de los más aclamados musicales de Broadway y también se hizo una película en 1962, con el mismo título, protagonizada por Natalie Wood. Tras una dura infancia de rivalidad, las hermanas vivieron la mayor parte de sus vidas separadas. Mientras Gypsy triunfaba en Los Ángeles, June se desarrollaba como escritora, actriz y dramaturga en Canadá. Recién en los descuentos de la década del sesenta, tras un diagnóstico de cáncer de pulmón que recibió Gypsy, sucedió la reconciliación.

(Foto: John Phillips/The LIFE Picture Collection/Getty Images)

Una artista

Como escritora, entre 1942 y 1943, logró una gran productividad. Realizó cuatro publicaciones. Las novelas The G-String Murders y Mother Finds a Body, y las obras de teatro The Naked Genius y Doll Face. Durante esos años Gypsy vivió la experiencia de convivir junto a otres artistas, fundamentalmente escritores, en una casa de “fachada roja”, ubicada en una “calle de mala fama en el Brooklyn Heights”. Se trata de Casa de febrero, apodo que decretó la escritora Anais Nin, amiga del círculo, cuando descubrió que casi todes sus habitantes cumplían años en ese mes. Y así se llama también el libro que cuenta las historias de la casa, escrito por Sherill Tippins en 2005, donde se le reconoce como una auténtica comunidad queer. Allí, además de Gypsy, vivió la prestigiosa escritora Carson Mcmullers. El libro reivindica a Gypsy como una figura queer. No sólo por haber tenido una aventura junto a Carson, sino por su propia madre, Rose, quien también se vinculó íntimamente con mujeres y hasta fue dueña de una pensión exclusiva para lesbianas. 

Gypsy abandonó la casa tras un protagónico en Chicago. Tuvo su propio programa de televisión, aunque con poco éxito. Pero nada opacó su acceso a una vida de clase alta. Su mansión en Los Ángeles exhibía cuadros de los artistas más famosos, obsequiados por sus propios dueños, como por ejemplo, Picasso. Su vida sexoafectiva, como buena diva, no se alejaba del escándalo. Aunque ya sabemos que la categoría del escándalo está más que sesgada por el patriarcado. Gypsy se casó tres veces y tuvo un hijo durante su último matrimonio en 1944, pero el padre del niño no fue el marido sino que fue fruto de una infidelidad. Imaginemos las etiquetas venenosas con las que debería cargar. ¡Y soportarlas con semejante elegancia! Hablemos de triunfar. 

Gypsy continuó con su vida profesional atravesada por la maternidad. Integró a su hijo, Erik, en cada detalle de su vocación. Compartieron todo lo que está por debajo de esa punta de iceberg que es un show. Camarines, reuniones, cenas, giras épicas. De esas vivencias también hay registro. El libro que el propio hijo escribió, Gypsy & Me: At Home and on the Road with Gypsy Rose Lee, en homenaje a las aventuras con su madre. Hay varias entrevistas a Erik disponibles en Internet donde se puede ver el orgullo y el amor que destila hacia su madre. A mí me dio esperanza verlo. Porque no es habitual que les hijes de artistas reconozcan así a sus madres. Es que Gypsy, felizmente, no era habitual. El patriarcado podrá avalar su olvido, pero su hijo, que está vivo, milita el recuerdo que la haga inmortal.


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