El intento de magnicidio a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner nos hizo testigos del hecho de violencia política más extremo de los tiempos democráticos. Fernando Andrés Sabag Montiel, de 35 años, intentó gatillar dos veces un arma cargada con cinco balas. Por algún motivo, el proyectil no salió. Así un acontecimiento histórico fue transmitido por las cámaras de televisión en las inmediaciones de la casa de la funcionaria que rebasaba de militancia. ¿Podría haber sido una tragedia o ya es una tragedia? ¿Por qué es importante insistir en que los discursos de odio pregonados por los medios masivos de comunicación y la derecha no son inocuos? Ayer asistimos a las consecuencias.
La violencia política derivó en un ataque concreto a la democracia. ¿Quiénes son los responsables del pasaje del discurso a la acción? Cuesta dejar de lado que el ataque fue a una referenta mujer, a una de las dirigentas más importantes de nuestra historia, a quien representa a un sector social en particular y quien encarna el proyecto político más popular con vías de gobierno que existen en este país. Este ataque es machista pero también es clasista y encarna, sobre todo, el odio a quienes la apoyan. Sabemos que no vienen solo por ella.
Basta con repasar las manifestaciones públicas de distintos referentes opositores para advertir sobre el desprecio, la insolencia, el odio y la repulsión contenidos en esos mensajes que solo alientan y reproducen violencias. “Son ellos o nosotros” fue la frase de cabecera que el diputado opositor Ricardo López Murphy eligió para pronunciarse en relación a las manifestaciones de apoyo a la vicepresidenta. No fue en una sola oportunidad, la repitió cada vez que pudo. Incluso cuando felicitó al legislador Roberto García Moritán por presentar un proyecto de ley para demoler el edificio de Desarrollo Social y así terminar con los piquetes.
“El que quiera estar armado, que ande armado”, había manifestado en 2018 Patricia Bullrich, la actual presidenta del PRO y hacedora de una doctrina represiva sin igual, justificativa del gatillo fácil. Paralelamente, periodistas como Luis Majul, Jonathan Viale, Viviana Canosa y Baby Etchecopar le sacaban lustre a sus editoriales cargadas de elogios y apologías a estas ideas. Esas opiniones no sólo siguen vigentes hasta el día de hoy, sino que se vieron multiplicadas, masificadas y hasta viralizadas por los nuevos lenguajes digitales con Twitter a la cabeza.
Mientras tanto, las manifestaciones antiperonistas tenían a la muerte de referentes de la justicia social y los derechos humanos como consigna principal: bolsas mortuorias colgadas en el enrejado de la Casa Rosada, guillotinas de tamaño exagerado montadas en Plaza de Mayo, horcas y sogas al cuello de Madres y Abuelas y una canción que, con el intento de magnicidio, hoy eriza la piel: “Nestor ya se murió, ahora falta Cristina, la p*** madre que lo parió”.
Háganse cargo
Lo discursivo es material, la palabra es performativa y tiene efectos concretos. Pero ¿quién se hace responsable de ellos una vez que se vuelven visibles? Muchos descreen de la veracidad de los hechos aunque fueron grabados en vivo por varias cámaras a la vez y desde distintos ángulos. Estas ideas abonan a los discursos que sostienen que “fue mentira” o que simplemente “fue un loquito suelto” de los cuales ya se apropiaron varios medios y dirigentes. No fue un hecho aislado, no son personas enfermas ni desequilibradas, son personas que consumen medios que reproducen sentidos. Esto es odio. Lisa y llanamente, odio. Etiquetarlo de otra manera le quita la responsabilidad a quienes efectivamente son los que fogonean la violencia a diario.
Estos discursos que niegan o sostienen que el atentado fue armado por el oficialismo pueden verse en las miles de respuestas al repudio del hecho por parte de les dirigentes opositores. “Criaron un ejército de gente peor que ellos. ¿Cómo se sale de esta?”, escribió la periodista Julia Mengolini en su cuenta de Twitter. Por lo pronto, es necesario que les referentes de estos sectores de derecha reconozcan las consecuencias de la violencia que reproducen y tracen un límite claro.
“No vienen por mí, vienen por ustedes, por la democracia”, dijo Cristina en la transmisión en vivo que realizó el martes 23 de agosto a modo de alegato (derecho que le fue negado) contra el pedido de prisión del fiscal Luciani. Esta frase cobra otra relevancia en este contexto y se vuelve aún más tangible. El intento de asesinato a una referenta que simboliza tanto también tiene que leerse como un atentado a la democracia, aquella por la que luchamos y sostenemos desde 1983.
La persecución a través de servicios de inteligencia ilegales a militantes y referentes políticos, el lawfare que busca disciplinar a personalidades políticas, la cobertura mediática que fija el odio hacia ciertos referentes y ahora un hombre que gatilla directamente a Cristina. Todas estas acciones van contra el Estado democrático. Dijimos “Nunca más” y vamos a defenderlo.
Desde los movimientos que conforman el feminismo hace tiempo venimos alertando sobre la forma en que la violencia se encarna en los cuerpos. Las generaciones más jóvenes vivimos en carne propia los discursos vehementes que en 2018 y en 2021, con el tratamiento de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, se evocaron dentro y fuera del Congreso de la Nación. También asistimos al asesinato de Marielle Franco, política brasileña y militante de los derechos humanos y, concretamente, de los derechos de las mujeres negras en Brasil. Hace algunos meses, la actual vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez en plena campaña electoral fue apuntada con un láser desde un edificio cercano a la manifestación. ¿Realmente van a seguir insistiendo con que estos hechos son casuales, azarosos y aislados?
La imagen del arma frente a la cabeza de Cristina durante las últimas horas se repitió sin cesar en los medios. Para les militantes que abrazan a esta referenta es casi insoportable de ver. No solo por la revictimización que ejerce, sino también por la pregunta distópica que reformula una y otra vez: ¿qué hubiera pasado si la bala efectivamente salía?
Lo acontecido tiene que marcar un punto de inflexión en la Argentina. Ya está pasando: después de un intento de magnicidio a 40 años de democracia no somos —ni seremos— más les mismes. Reconstruir los lazos sociales y pautas democráticas de discusión común es la tarea que tenemos por delante para que la confrontación de ideas se realice en la arena de lo político y no en la oda de violencia que nos retrotrae a los momentos más oscuros de nuestra historia.