Mi Carrito

La sonrisa en el nombre

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Foto de portada: Miela Sol PH

Mayo, 1977. La mujer delgada, canosa, con sonrisa de dientes pequeños y afilados, viene una vez más de visita a la casa de Uruguay 470. Va a pasar unos días con su sobrina María Emilia. Hablarán hasta quedarse dormidas, como siempre. La tía le preguntará por sus amigas, por la guitarra, por la escuela, por el nombre de aquella ciudad mítica que fundaron juntas años atrás, en un campamento en la laguna de Cochicó. La tía Alicia piensa: cuántas inquietudes y alegrías nuevas tendrá para compartir. Yo estoy siempre igual, los viejos cambiamos despacio. Pero ella.

El matrimonio Cabrera-Adrover tuvo 6 hijos en Roosevelt (Rivadavia, Buenos Aires). La única mujer, Alicia Severa, nació el 19 de mayo de 1926. Años después la familia se mudó a Trenque Lauquen, una ciudad más grande. Alicia trabajó en la empresa de seguros La Primera, pero renunció a fines de 1940 para casarse con el suboficial del Ejército Félix Larrubia, Lito, al cual le iban asignando diversos destinos a lo largo del país. En Altos Hornos de Zapla (Palpalá, Jujuy) Alicia perdió un embarazo. No se sabe si fue un aborto tardío o si nació muerto. Hubo entierro. Pero también hubo otros destinos: Río Cuarto, donde nació Nora Alicia, y Campana, donde nació Susana Alicia. El último: La Plata. En el patio de la casa de la calle 57 enterraron al nonato por anteúltima vez. Alicia lo había llevado consigo todo ese tiempo porque le daba no sé qué dejarlo solo en Jujuy. Años más tarde Lito transplantaría sus restos al cementerio de Trenque Lauquen, al panteón de los Larrubia. Por ese entonces las tres Alicias ya estaban detenidas-desaparecidas.  

Tenía una forma singular de compartir: un verano en Mar del Plata llevó a María Emilia a la playa para regalarle un amanecer. 

-Es que ella amaba el amanecer. A mí me regaló uno en Miramar -dirá décadas después la Negra Marino, amiga de Alicia. 

A otra sobrina chica de la familia le regaló una vez un cielo estrellado en La Plata. Con colchones en la terraza y todo.

Carta de Alicia Severa a su sobrina, María Emilia

La lleva a María Emilia a la habitación de Antonia y le dice que Nora y Susana luchan para ayudar a los demás. Su causa es justa y es lo que hay que hacer.

-Pero Alicia, la violencia engendra más violencia.

-Es verdad, pero violencia es que un chico no tenga un vaso de leche para tomar.

Y dice: los milicos secuestran gente, torturan a los lisiados. No sale en ningún lado, pero está ocurriendo.

María Emilia tiene 14 años. La bronca le tensa los músculos. A la noche le dice que no quiere que duerman juntas y Alicia se queda en casa de la Negra. Durante el año y pico antes de que la secuestren, su tía le escribirá cartas y pedirá hablarle por teléfono. Pero María Emilia dirá que no.

Su militancia: Alicia participaba en una Unidad Básica; se disfrazaba con pelucas o mantas y dejaba en los colectivos o repartía a la salida de las misas volantes que denunciaban lo que estaba pasando; conseguía los insumos que necesitaban sus hijas. Una vez tuvo la misión de llevar plata de Montoneros a la familia de uno de sus altos mandos -preso-; en los casamientos o cumpleaños, rodeada de jóvenes, predicaba que no había que irse de la Argentina, que había que quedarse y luchar acá.

La Negra también es cristiana, pero no puede entender que su amiga, tan correcta, tenga de pronto esas ideas que cortan. Y aunque la espante la teología de la liberación, le es incondicional. En ese momento no sabe que hay un tipo en la esquina de su casa de Avellaneda al 600 que las vigila. Es el que toca el órgano en la parroquia. Un botón de la SIDE. Dicen.

Alicia reconoce frente a sus hermanos que “las chicas” son montoneras y están clandestinas. Que necesitan ayuda. Y ellos donan ollas y platos. Pero cuando está por partir, dos de sus hermanos la interceptan y le dicen que no se lleve las ollas porque así pone en riesgo a la familia. Que mejor lleve dinero. Se lo dan. Le piden también que no vuelva más. 

Nadie nunca irá a reclamar esas ollas a la casa de la Negra.

Alicia Severa, detenida-desaparecida en la última dictadura Cívico Militar Eclesiástica

“Alicia está fanatizada” dice el relato familiar. Y la culpa es del peronismo y de Montoneros, pero sobre todo de los curas tercermundistas. Ellos son el verdadero demonio. Semillas de perdición

Versiones sobre el secuestro: Uno. Alicia deja en su casa un cartel -Enseguida vuelvo-, se va a hacer mandados y nunca regresa. Dos. Una señora que la conoce de la Unidad Básica cae y canta. Tres. Lito la invita a un almuerzo en el Centro de Suboficiales Retirados, del que es presidente. En el camino, siendo viernes 21 de julio de 1978, la secuestran. Tiene 52 años. Cuatro. Le permiten a Lito visitarla donde la tienen cautiva. Ella le habla de violaciones y de gente en parrillas. Él, años después, llorará frente a uno de sus sobrinos.

Está en La Cacha primero y en El Vesubio después. La torturan con saña para que dé el paradero de sus hijas. Aunque sabe bien dónde se esconden, no dice una sola palabra. 

María Emilia tiene 58 años. Le contaron cierta vez que para decir Alicia es inevitable sonreír un poco. Toma un mate, aprieta los labios. La menor de sus hijas no sospecha que lleva esa sonrisa en su nombre.


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