Los resultados de las encuestas sobre las próximas elecciones en Brasil son categóricos: Lula da Silva lidera y es el único candidato que puede ganarle a Jair Bolsonaro. Mientras que los últimos sondeos indican que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) derrotaría al ex capitán del Ejército el domingo 2 de octubre, otros vaticinan que habrá ballotage. Para que se defina en primera vuelta, Lula debe triunfar con más del 50 por ciento de los votos válidos.
En una campaña electoral donde el odio y violencia política escalan y parecen no tener límites, el miedo y la esperanza conviven a días de la celebración de los comicios. La coalición Vamos Juntos por Brasil, que tiene a Lula como candidato a presidente, reúne siete agrupaciones: el PT, como fuerza principal, el Partido Comunista (PC), el Partido Verde (PV), el Partido Socialista Brasieño (PSB), Solidariedade y la federación PSOL-Rede. El candidato a vicepresidente es Geraldo Alckmin, exgobernador de San Pablo, referente del establishment y del ala conservadora, y opositor a su actual compañero de fórmula en las elecciones de 2006.
El llamado a la unidad en la conformación de un frente amplio coincide con el grito robusto que late en cada concentración popular: “¡Fora Bolsonaro!”. La apuesta principal es recuperar la economía de un país que en marzo alcanzó el nivel de inflación más alto en casi 30 años. El actual presidente, apodado el “Donald Trump brasileño”, se presentará junto a Walter Braganeto, general retirado del Ejército. La dupla del Partido Liberal (PL) buscará la continuidad de su gobierno, el más autoritario, radicalizado y antiderechos desde la vuelta de la democracia.
Frente a un escenario donde uno de los hijos de Bolsonaro alienta a la población a salir armada a la calle para defender al presidente y el Supremo Tribunal Federal (STF) restringe temporalmente las facilidades para comprar armas debido al “riesgo de violencia política”, ¿cómo tracciona el poder de las organizaciones feministas de Brasil en la campaña electoral para correr a la extrema derecha de la escena? ¿Cómo se trabaja para una representación interseccional en todos los estratos del Estado?
La potencia de #EleNão, una movilización feminista histórica en Brasil
El movimiento #EleNão surgió en 2018 contra la candidatura presidencial de Jair Bolsonaro, quien se había aliado con sectores evangélicos y pregonaba ideas abiertamente fascistas. “El Estado es cristiano. Vamos a hacer un Brasil para las mayorías. Las minorías se adecuan o simplemente desaparecen”, había declarado públicamente el militar y diputado en siete mandatos en el estado de Río de Janeiro.
El grupo de Facebook Mujeres Unidas contra Bolsonaro (MUCB) fue el que articuló acciones virtuales que luego se plasmaron con gran masividad en las calles cariocas bajo una misma consigna: “Él no”. Con la interseccionalidad como pilar fundamental, mujeres y disidencias atravesadas por diversas desigualdades se organizaron políticamente para presionar al electorado. El triunfo de Bolsonaro representaba un retroceso en los derechos civiles y reproductivos de las mujeres, la promoción del racismo y el odio hacia el colectivo LGBTIQ+ en nombre de la moral y la familia. Si bien no alcanzó porque Bolsonaro ganó las elecciones, se consolidó en Brasil una fuerza feminista sin igual hasta ese momento.
Ludimilla Teixeira es militante feminista negra, comunicadora social y fundadora de MUCB. Entrevistada por Feminacida, confirma que el gobierno de Bolsonaro llevó adelante políticas antiderechos, muchas de las cuales fueron advertidas en las manifestaciones del movimiento #EleNão: el desmantelamiento de servicios públicos y de salud, de instituciones para la protección de pueblos indígenas, el fin de los programas contra el SIDA y la atención psicosocial a la población de calle, el descuido en la pandemia y la escasez de vacunas. A pocas horas de haber asumido, el nuevo presidente ya había firmado una medida provisoria que eliminaba a la población LGBT de las pautas de Derechos Humanos en Brasil.
“Bolsonaro representa un proyecto de necropolítica estatal. Este proyecto de muerte está inspirado en fuentes eugenésicas que pretenden eliminar la diversidad étnica y cultural. Estamos ante un genocidio y las mujeres del Brasil fuimos las primeras en emitir la alerta en 2018”, denuncia Ludimilla.
A cuatro años de su surgimiento, el grupo MUCB se consolidó con una marcada presencia en la formación política y en la educación en Derechos Humanos, utilizando las redes sociales como herramienta. El grupo privado de Facebook que hoy tiene 2.200.000 de seguidoras fue objeto de estudio en varias tesis sobre ciberfeminismo y tácticas tecnopolíticas. El 29 de septiembre, en un nuevo aniversario, se prevé una masiva movilización con la presencia de movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil.
Ponerle freno a la violencia política
El lema de MUCB en plena campaña electoral es #LulaSim. “El grupo brinda su apoyo irrestricto a la elección del expresidente Lula, siendo fundamental para defensa de la democracia brasileña su victoria en primera vuelta. El escenario es preocupante. Tenemos un presidente que da señales muy claras de que no acepta los resultados de las encuestas si le son desfavorables”, asegura Ludimilla Teixeira.
Y es que el clima de tensión y temor se acrecienta debido a la escalada de violencia política que se vive en todo el territorio brasileño, alentada por referentes del espacio oficialista. Hace dos semanas, el candidato a diputado federal por el PSOL y aliado de Lula, Guilherme Boulo, fue amenazado por una persona armada que rechazó su folleto en una volanteada. “Aquí es Bolsonaro”, le dijo mientras apoyaba la mano en el mango del arma que colgaba de su cintura.
El hecho se suma a los dos crímenes por razones políticas que generaron conmoción en los sectores populares y defensores de los derechos humanos. Uno de los asesinatos sucedió en una chacra del estado de Mato Grosso, baluarte del electorado bolsonarista: un simpatizante del gobierno asesinó a un compañero de trabajo, votante de Lula, después de una discusión por política. El otro fue el crimen de Marcelo Arruda, tesorero del PT y guarda municipal, en julio de este año: lo mataron mientras celebraba su cumpleaños en Foz do Iguazú. Según el Observatorio de Violencia Política y Electoral del Grupo de Investigação Eleitoral (GIEL), en lo que va del 2022 se registraron 214 casos, de los cuales 45 fueron homicidios.
Mientras el boletín informativo del GIEL indica que la violencia política en Brasil se encuentra en alza desde 2019, la memoria de Marielle Franco sigue más viva que nunca en las luchas feministas de hoy. El 14 de marzo de 2018 la concejala de Río de Janeiro por el PSOL y su chofer fueron asesinados. Feminista, negra, lesbiana, favelada y defensora de los Derechos Humanos, combatía a las milicias paramilitares que luego Bolsonaro tuvo en sus filas. De hecho, medios especializados demostraron una clara relación entre los negocios de la familia del presidente de la extrema derecha y la muerte de Marielle Franco.
A más de cuatro años sin respuestas del femicidio político más resonante del último tiempo, las organizaciones feministas siguen exigiendo su esclarecimiento.
Infancias, adolescencias, mujeres y disidencias: las poblaciones más vulneradas en la gestión de Bolsonaro
Isabella y Danila son militantes feministas y viven en la ciudad de San Pablo, capital donde se concentra el poder económico y mediático del gigante de Sudamérica. Frente a la pregunta por las condiciones de vida en esa zona, ambas coinciden en que la situación de pobreza es extrema. Sin conocerse, los relatos de sus vivencias son idénticos: hay que caminar con mucha atención para no llevarse por delante a las personas que están durmiendo en la calle o buscando en los cestos de basura. Una escena que retrata la situación de hostilidad y de vulneración de derechos que se vive hoy en Brasil y que se recrudeció por la mala gestión de la pandemia.
"¿Usted es de Bolsonaro o Lula?", le preguntó un empresario bolsonarista a una mujer en situación de vulnerabilidad a la que solía ayudar con comida. La escena forma parte de un video grabado por el mismo hombre que se hizo viral hace unos días. Cuando la señora respondió que votaría al líder del PT, él le dijo que desde entonces no tendría más almuerzo, que se lo pidiera a Lula de ahora en más. “Eso también ejemplifica la reproducción de violencia política con las personas más frágiles”, manifiesta una de las entrevistadas.
Durante los dos mandatos de Lula da Silva (2003-2010) y el gobierno de su sucesora, Dilma Rousseff (2011-2016), 35 millones de personas pasaron de la pobreza a la clase media. En 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declaró a Brasil como un país libre de hambre. La redistribución del ingreso que Lula había prometido en campaña estaba sucediendo. Entre otras cosas, el modelo lulista se destacó por el plan Brasil Sonriente, una política pública de salud bucal y dentaduras gratuitas en un país que registraba 30 millones de personas desdentadas al 1 de enero de 2003.
Este año, el país volvió a ingresar al Mapa del Hambre de la FAO: 61,3 millones de brasileños, un tercio de la población total, tienen algún tipo de inseguridad alimentaria, mientras que 15,4 millones pasan hambre y llegaron a estar un día o más sin comer.
De acuerdo a una encuesta del Instituto Datafolha realizada en junio, al menos 1 de cada 4 personas no cuenta con la cantidad de comida necesaria para alimentar a su familia, como consecuencia de las políticas del gobierno de Jair Bolsonaro. En su campaña, Lula prometió trabajar para salir nuevamente del Mapa, pero la situación económica no es la misma que la se encontró al asumir por primera y segunda vez: la emergencia alimentaria en la que está sumida Brasil implicó “un retroceso de 30 años”, según la investigación.
En este contexto, madres de niñes y adolescentes de las favelas de Río de Janeiro luchan a diario contra las operaciones policiales de la gestión pro armas del oficialismo. ¿El modus operandi? El aniquilamiento. Allí, los asesinatos no cesan. El hecho represivo que trascendió las fronteras mediáticas del país fue la “Masacre de Jacarezinho”, la operación más grave en la historia de Río: 27 jóvenes fueron acribillados a sangre fría por la policía días previos al Día de la madre, en 2021. Los efectivos habían irrumpido en el barrio en búsqueda de “narcotraficantes” e iniciaron un tiroteo a mansalva.
El instituto Fogo Cruzado, recopilador de datos sobre violencia criminal, indicó que la Región Metropolitana de Río de Janeiro alcanzó la marca de 1.008 civiles asesinados en masacres policiales desde 2016. Cuando las infancias y adolescencias no son las víctimas directas, lo son de manera colateral: tienen problemas de insomnio, ansiedad y miedo y su crecimiento se ve severamente afectado por la exposición a la violencia. “Las milicias y facciones ahora ocupan más del doble de áreas que hace 16 años”, aseguró Cecília Olliveira, directora ejecutiva de la organización.
En un presente signado por la tenencia de armas, los datos sobre femicidios ubican a Brasil entre uno de los países con la tasa más alta de América Latina. Tres mujeres mueren por día por esta causa, de acuerdo al Anuario Brasileño de Seguridad Pública publicado en el primer semestre de 2022. Esto significa que se comete un asesinato por razones de género cada 7 horas, aproximadamente.
En paralelo, una encuesta realizada por el Consejo Nacional de Justicia (CNJ), el Instituto Avon y el Consorcio Maria da Penha Lei arrojó que cerca del 30 por ciento de las medidas de protección para mujeres se otorgan después del plazo de 48 horas, establecido en una ley sancionada en 2006.
“Somos las principales víctimas del gobierno neofascista, ya sea por los ataques a los servicios públicos como a los topes de gasto y la Reforma Previsional. Somos las principales víctimas del desempleo, de la inflación, el hambre, el precio de la gasolina y los alimentos que golpean con tanta violencia a las madres solteras. Pero también somos la vanguardia de la resistencia”, manifestó en sus redes la Bancada Feminista del PSOL, un movimiento por la ocupación de la mujer en la política, especialmente de la mujer negra.
Desde la gesta del #EleNão, que surgió “de la insatisfacción y rebeldía de las mujeres brasileñas en 2018”, en palabras de su fundadora, hasta la materialización de políticas misóginas y sexistas que llevó adelante el oficialismo durante la gestión, ¿todavía quedan dudas de por qué el movimiento de mujeres y disidencias se configura como uno de los pilares opositores de Jair Bolsonaro?
Más feministas en las listas (y en las bancas)
Fernanda Castro vive en San Pablo y forma parte de Vote Nelas, organización que tiene como objetivo aumentar la representación femenina en el Congreso. “Tener candidatos hombres y blancos es lo más común en la política brasileña. Ahora la solución es elegir a Lula y las mujeres estamos muy organizadas en torno a eso. Tiene una clara comprensión de que las mujeres tienen que participar en las instancias de poder. La importancia de tener mujeres cerca está siempre presente en su discurso y en lo que propone para una próxima gestión”, manifiesta la activista feminista en diálogo con Feminacida.
Vote Nelas tiene ciertos criterios para apoyar las candidaturas porque ser mujer no implica ser feminista: tienen que estar a favor de la democracia y defender los derechos de las mujeres y disidencias. “Muchas personas creen que votando mujeres ya aportan a la representación, pero en realidad no es así. Muchas candidatas terminan recortando el acceso a los derechos. De hecho, las mujeres que ocuparon lugares de poder en el gobierno de Bolsonaro son ultraconservadoras”, explica Fernanda Castro.
Un ejemplo es Janaína Paschoal, candidata a senadora por el Partido Renovador Laborista Brasileño (PRTB) y actual diputada electa por la lista de Bolsonaro. “Es una abogada que participó en el proceso de destitución de Dilma Rousseff en 2016”, aporta la integrante de Vote Nelas. Otro caso es la ministra de la Mujer, la pastora Damares Alves, cuyo rol simbólico fue clave en el gobierno bolsonarista. “Fue siempre una movilizadora de las costumbres, protectora de los valores y de la religión. Hizo una instrucción normativa para la salud donde decía que el aborto siempre es un crimen. Eso no es verdad, pero este tipo de textos tienen una intención muy clara de impedir que se acceda a derechos ya conquistados”, continúa la militante paulista.
Ludmilla Teixeira es candidata a representante estatal por el PSOL en Bahía, cuya población es mayoritariamente afrobrasileña. Consultada sobre la representación, coincide con Fernanda Castro y sostiene que la participación femenina todavía es pequeña porque encarna solo el 15 por ciento de los cargos elegidos. Sin embargo, “las próximas elecciones tendrán por primera vez más candidatos negros que candidatos blancos, representando el mayor número de candidatos en las últimas tres elecciones, además del crecimiento de candidaturas indígenas y LGBTQIA+”. Según la Agencia del Senado, el 18,13 por ciento de las candidatas son mujeres negras autodeclaradas y el 0,88 por ciento son mujeres indígenas autodeclaradas.
Tal como informa Gênero e Número, la primera organización mediática que califica el debate sobre la equidad de género en Brasil, si bien la proporción de mujeres negras candidatas al Congreso aumentó un 11 por ciento, la participación general de mujeres en las listas sigue rondando el mínimo establecido por ley, con un 33 por ciento del total.
Los varones gays son mayoría entre la población LGBT+ que se candidatea, mientras que las mujeres trans representan el 15 por ciento de las candidaturas. Los datos que surgieron del mapeo de candidaturas LGBT+ relevado por la organización Vote LGBT, confirman que las mujeres travestis y trans fueron las que más formaron equipos de campaña y, hasta junio, las que más negociaron recursos con los partidos.
“Es muy sintomático que no tengamos una lideresa femenina representativa. Es un desafío para el próximo mandato tener más representación en las casas legislativas, a mi criterio las más importantes para que se traduzcan en derechos para las mujeres”, opina Fernanda Castro, mientras que Ludmilla Teixeira anhela la elección de “tantas mujeres, personas de color, indígenas, LGBTQIA+ y otras minorías como sea posible ya que solo entonces podremos orientar nuestras necesidades y luchar por la justicia social y la equidad”.
Hay mucha expectativa en que la próxima gestión no sea un conglomerado de varones blancos de saco y corbata como lo es el gobierno de Jair Bolsonaro y como lo fue el de Michel Temer, quien asumió luego del impeachment de Dilma. La inminente llegada de un frente de coalición carga con una gran responsabilidad en términos de representación. “Claro que tenemos mujeres calificadas para asumir ministerios”, avisa la integrante de Vote Nelas y la candidata bahiense por el PSOL promete: “De ser electa, llevaré a la Asamblea Legislativa de mi Estado la lucha contra el genocidio del pueblo negro, la lucha por el fin de la violencia de las mujeres y la lucha para la valorización de los servicios públicos y el acceso de forma gratuita, eficiente y de calidad”.
La historia latinoamericana reciente dice que cada vez que un gobierno de derecha se ve en la cuerda floja, durante los días previos a las elecciones intenta instalar el fantasma del fraude. Bolsonaro no fue la excepción. Si bien las fuerzas armadas trabajan durante la jornada electoral para dar apoyo logístico, esta vez fueron invitadas a participar en una Comisión de Transparencia de las Elecciones (CTE). La presencia de los militares generó indignación en gran parte de la ciudadanía. Pero también, más ganas de ir a votar el 2 de octubre.
Hay una certeza: no habrá cuerpo que aguante otra gestión bolsonarista. El líder del Partido de los Trabajadores le dará esperanza a un pueblo devastado, pero sobre todo le devolverá la dignidad: "O povo quer ver Lula presidente".
Foto de portada: Cuenta oficial de Lula da Silva