Mi Carrito

Marina Cardelli, la primera presidenta mujer de Cascos Blancos

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Marina Cardelli, docente e investigadora en la UBA, es la primera presidenta mujer de Cascos Blancos, un organismo que hoy tiene una función central en la lucha contra el covid-19.  La entidad que depende de la Cancillería fue creada en 1994  y desde entonces ha realizado más de 300 misiones humanitarias en los países que así lo han requerido.

A los pocos días de su asunción el 28 de febrero de este año, en el país se detectaron los primeros casos importados de coronavirus. En ese contexto, una de las primeras tareas asignada a “los cascos” fue recibir en los aeropuertos a los miles de argentinos y argentinas repatriadxs, lo que implicaba cumplir un estricto protocolo de bioseguridad y llevar adelante un acompañamiento en conjunto con otros ministerios nacionales. De esta manera, se activaba  un operativo para que cada ciudadanx tuviera asegurado su regreso a casa.

Una vez cerrada la frontera definitivamente, comenzaron a tener un rol activo en el operativo Detectar en los barrios más vulnerables del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) con el objetivo de identificar casos positivos de Covid-19, pero a su vez para llevar información vinculada  al cuidado y la concientización.

En esta entrevista, la funcionaria habla de los desafíos de darle visibilidad al organismo, brindar respuestas rápidas al país ante la pandemia y sobre la convicción de que las mujeres y disidencias debemos dejar de pedir permiso para ocupar los lugares de conducción.

¿Qué balance hacés de los trabajado hasta el momento con Cascos Blancos?

Nosotrxs lo encontramos debilitado, pero además la sociedad argentina no sabe que tenemos un organismo de ayuda humanitaria internacional reconocido mundialmente, valorado. Mi balance es positivo porque en el medio de la pandemia, sin tener tantas posibilidades, ni políticas estructurales, económicas ni sanitarias, igual dimos respuestas y logramos visibilizar. Siento que mucha gente se enteró de que Cascos Blancos existe por la pandemia.  La sensación que tenemos es de haber hecho un poco de magia. Todxs los funcionarixs nos pusimos al hombro esto con muchísima convicción.  El gobierno ha demostrado mucha templanza porque del equilibrio institucional, social y sanitario que se construya depende la vida de las personas. Ahora se viene la parte más difícil que es sostener.

¿Cómo es trabajar en este contexto? Teniendo en cuenta la exposición en la búsqueda de casos positivos.

Al principio fue muy difícil por estar en Ezeiza recibiendo todo el tiempo a personas que venían de Europa que podían estar infectadas. Sentimos miedo, pero teníamos que estar ahí. De a poco nos fuimos familiarizando con el virus, fuimos conociendo sus características, confiando en las estrategias de prevención, de distanciamiento social, los elemento de protección. Hasta hoy no hemos tenido ni un voluntarix contagiadx. Es mucha responsabilidad porque podemos ser un vector de contagio. Hoy sentimos que el virus no nos amedrenta, que se puede organizar el barrio.

¿Qué objetivos propusiste para tu gestión? A pesar de que probablemente se vieron modificados por la pandemia.

Con el equipo teníamos una idea desde el principio. Por un lado, trabajar con la soberanía alimentaria, transversalizar la perspectiva de género, tanto con lo que tiene que ver con la ayuda humanitaria como en la paridad en la conformación del cuerpo de voluntaries y de la gestión. Teníamos la idea también de empezar un proceso de visibilización más fuerte como herramienta internacional y pensar cómo podíamos ayudar a nuestro país en la medida en que llegamos con una emergencia alimentaria, social y pública. Tres días después de que asumí, estalló la pandemia. Poner el organismo a funcionar y que estuviese disponible rápidamente para dar respuestas fue muy difícil. Ahora que ya está funcionando la agenda creo que hay muchas cosas por hacer pero que no todas las teníamos en cuenta cuando llegamos.  En ese proceso, la perspectiva de género es central, pero los esfuerzos aislados desde pequeños organismos del Estado no son suficientes. Por eso creo que a pesar de que Cascos Blancos tiene antecedentes de haber intentado trabajar por visibilizar la perspectiva de género, es rotundamente distinto desplegar una política pública con el apoyo de un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades y con un Plan Nacional contra las violencias.  Ir a otro país en nombre del Estado argentino, que es un Estado que desde su máxima expresión defiende una política en contra de las violencias hacia las mujeres y diversidades, implica una mayor responsabilidad. Sentís que el Estado está de tu lado.

Con 34 años Marina Cardelli tiene un extenso recorrido en la militancia social y feminista. Sus inicios en la vida política comenzaron después del 2001 tras el renacer de muchas organizaciones. Así fue que comenzó a  participar en los centros de estudiantes secundarios con el objetivo de construir una cultura política diferente. Más tarde se involucró con la militancia universitaria y el activismo cultural de la mano del Movimiento Popular Seamos Libres que hoy está en un proceso de transición con el Movimiento Evita. Allí se centró en el eje latinoamericano para seguir las acciones internacionalistas de la organización y comenzar a pensar la construcción de la Patria Grande Latinoamericana. Si bien el feminismo siempre estuvo presente, la militancia fuerte dentro de este eje, llegó con el gran impulso que tuvo el movimiento en los últimos años. "Llegó un movimiento feminista que es masivo, poderoso, multicentrado y un poco eso movilizó toda mi vida política. A partir de ahí nuestra participación en el movimiento popular fue más diverso", dice.

¿Qué vínculo tiene tu militancia con el trabajo que hacés hoy dentro del Estado?

Muchas veces me preguntan cómo llegué a Cascos Blancos y siento que todos esperan un currículum vinculado a la política exterior como carrera más personal y vinculado a la ayuda humanitaria. La verdad que yo creo que las responsabilidades políticas en el Estado se asumen a partir de experiencias colectivas de organización y recorridos políticos que son los únicos que sostienen un proyecto de gobierno. Lo que me permitió cumplir la tarea que cumplo es la confianza de la dirigencia política  y la experiencia de la organización social y política latinoamericana. La vinculación es muchísima porque la existencia de Cascos Blancos es ser un cuerpo de voluntarios civiles. Hay un espíritu de cuerpo, hay que organizar capacitaciones, el sentido de pertenencia, la mística, la entrega y poner en riesgo la vida muchas veces para dar respuestas a un desastre natural. Tenés que tener una entrega muy grande. Tu vida tiene que estar organizada entorno a ayudar a otro. Finalmente lo que hacemos es ir hasta un desastre o hasta donde hace falta ayuda con gente que tenga los perfiles profesionales para hacerlo y que pone en riesgo su vida de forma voluntaria. Al final es lo mismo que la militancia social y política. Entiendo que es más profesionalizado, pero finalmente la acción de los cascos es ir a ayudar.

¿Qué importancia tiene que Cascos Blancos esté presidido por una mujer?

Tiene la misma importancia que una mujer o disidencia esté ocupando cualquier lugar de poder en esta sociedad capitalista y patriarcal.  Hay una forma de ejercer el poder que está masculinizada y  que haya otros cuerpos transforma las condiciones. En Cascos Blancos hay un vínculo cotidiano con otros cuerpos de voluntarios como son los bomberos voluntarios o las fuerzas armadas. Hay una tradición bastante militarizada. El hecho de que haya mujeres asumiendo, por ejemplo, el Ministerio de Seguridad, el Ministerio de Defensa, que no solo fueron ocupados por hombres históricamente, sino también prototípicamente masculinizados, tiene cierto peso.

¿Cómo es trabajar con perspectiva de género dentro del organismo?

La perspectiva de género atraviesa la planificación de la ayuda humanitaria que desplegamos. Ninguna catástrofe natural afecta por igual a los hombres y a las mujeres, hay desigualdades estructurales que hacen que las mujeres siempre estén más afectadas por ciertas circunstancias. Que los equipos de voluntarios y voluntarias sean paritarios es otro objetivo. Es muy difícil conseguir voluntarias mujeres, porque está masculinizada la tarea de la destreza física, porque son los varones los que tienen la posibilidad económica y social  de alejarse de sus familias por varias semanas y  porque son los que no tienen la responsabilidad de las tareas de cuidado de los hogares.

En plena campaña electoral hubo un acto en Atlanta junto a varias organizaciones donde fuiste una de las oradoras y allí dijiste: “Se acabó el tiempo en el que las mujeres pedimos permiso para discutir proyecto de poder”. ¿Qué opinás hoy? 

Todavía no se acabó ese tiempo. Las mesas chicas siguen siendo de los varones. La diferencia es que antes no se podía decir.  Ahora estamos activamente exigiendo nuestro lugar, sabemos que es así y queremos transformar esas condiciones. Necesitamos construir poder, espacios desde los cuales tomemos decisiones, aprender a tomarlas y disputar la orientación de las políticas. Desde ese lugar es que vamos a lograr la despatriarcalización del Estado y la feminización de la política. Mi visión es que todavía estamos peleando por visibilizar nuestra capacidad de gestionar, conducir y discutir.

¿Qué lugar creés que le está dando el gobierno a las mujeres y disidencias? ¿Y a las organizaciones y movimientos populares?

Yo creo que el Estado nos da lugar y nos lo ganamos. Sabemos que a eso lo arrancamos luchando. Cada día que pasa peleamos por mantenernos y por no retroceder. Hemos logrado mostrarle al Estado y a toda la clase política que hay millones de personas que son invisibles, que no tienen reconocido su trabajo, que la política del trabajo tiene que incorporar a la economía popular. Tenemos que ejercer el poder que hemos construido siendo actores y actrices protagonistas del lugar que tenemos y además es muy importante que las organizaciones sociales y los movimientos feministas nos dejemos de pensar sectorialmente, que nos empecemos a pensar como parte del Estado. Son necesarias políticas públicas para toda la Argentina, incluyendo a aquel sector que nos trajo porque eso es ejercer el proyecto de poder nacional. Dejar de ser parte y empezar a ser todo, yo creo que esa es una tarea que nos tenemos que dar.

– Este artículo fue producido en el marco del Taller de Periodismo Feminista de Feminacida –

Fotos: Cascos blancos

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