Mi Carrito

Mi amiga torta

Compartí esta nota en redes

Sentadas en la parada del colectivo, esperábamos el 273 camino al centro la primera vez que dije en voz alta que era lesbiana y me regalé a mí misma una media sonrisa orgullosa. A pesar del peso que traen las palabras que se guardan por años, las mías no cayeron entre las baldosas partidas de esa vereda platense, sino que fueron recogidas en el abrazo suave de Victoria, mi primera amiga torta. 

Poco entiende el mundo a las disidencias, por más banderas del orgullo que cuelguen en los muros y los balcones. Las estadísticas lo demuestran: ser parte del colectivo es un riesgo. Y si muchas veces el odio que nace del desconocimiento y el miedo a la diferencia viene de la propia familia, es entendible que las lesbianas declaradas sean para las jóvenes tortas una suerte de Virgilias en el camino del infierno paki. La diferencia: en este umbral, la única esperanza que se abandona es la heterosexual. 

La amistad, búnker de supervivencia

“Ayer ví a una mujer en el metro. Tironeaba del brazo de una nena y gritaba: ‘¡Caminá, pelotuda! ¡Idiota! ¡Caminá!’ Cuando veo cosas así, y las veo a menudo, puedo sentir como ese cerebro infantil se llena de esporas venenosas que, en pocos años, florecerán transformadas en traumas, furia contra los otros, brutalidad”. 

Leila Guerriero, Teoría de la gravedad.

Si bien la sociedad fue ampliando su tolerancia a fuerza de militancia, no hace mucho que empezaron a aparecer lesbianas, maricas, travestis en los medios de comunicación y los productos culturales. Y las pocas personas que llegaban a la exposición eran generalmente ridiculizadas y patologizadas. Declararse rebelde al mandato cisheterosexual sigue sin ser una tarea fácil ni divertida. Los espacios de socialización son hostiles; ni las instituciones educativas ni la calle son lugares seguros, aunque muches aseguren que la cosa cambió y que ahora está todo bien con ser torta o marica.

Un estudio realizado en 2020 por el Observatorio de Nacional de Crímenes de Odio LGBTTINBQ+ muestra que en entre el primero de enero y el 30 de junio de ese año se registraron 69 crímenes de odio, de los cuales casi la mitad fueron asesinatos, suicidios, y muertes a causa de la ausencia del Estado, este último relacionado sobre todo a la situación de las travestis y trans, que se espera comience a cambiar de la mano de la nueva ley de cupo e inclusión laboral. ¿No todo anda tan bien, no?

A pesar de que en los hogares el tema está más presente que hace algunos años, cuando todavía no se sabía si las lesbianas existían realmente o si eran un mito urbano, “salir del closet” sigue siendo, para muches, una pesadilla. Y hacerlo en soledad es triste y peligroso. En este escenario cabe preguntarse por el rol juega la amistad de les pares. ¿Qué significa en la vida de cualquiera, encontrar una persona que le guíe en el camino de aceptarse y vivir su orientación sexual, y/o identidad de género, con goce y plenitud a pesar del miedo? 

Crédito: Miela Sol PH

No ser rare en soledad

Las lesbianas particularmente, y las disidencias en general, crecemos rodeadas de personas cisheterosexuales que construyen para nosotres realidades según sus reglas y sus paradigmas. Sin embargo, siempre hay algo que no encaja en esa ficción sectaria, y como a Truman, algo del show nos hace ruido. Una duda punzante, una sospecha incisiva. Tiembla el piso de las certezas cuando el cuerpo madura. Lo que muches llaman naturaleza, es en realidad adaptación para evitar el exilio (aunque hay grises por supuesto, como la tía que lleva a los almuerzos a la misma amiga hace veinticinco años).

Nadie es culpable por no dar el paso de declararse lesbiana o marica en una sociedad que tal vez le condene a la muerte por eso. Pero quienes salen, por decisión propia o no, del closet, armario, o cualquiera de los nombres bonitos que le han encontrado a la autorepresión,  y encuentran en el desasosiego amistades disidentes para compartir la rareza, luego tendrán la oportunidad de compartir también el amor, la birra y los consejos sobre sexo, porque el porno es fantasía y la ESI también nos la deben. En las historias en las cuales el deseo se encuentra más blindado debido a la culpa y el miedo, pocas cosas son más eficaces para bajar el muro a martillazos que las amistades que atravesaron ese mismo duelo. Digamos que nos une el orgullo, pero también el espanto. 

Un millón de amigues

Al igual que muchos otros conceptos, la amistad tiene otro significado en el diccionario de la Real Academia Tortillera Disidente. Lamentablemente no puede encontrarse en las librerías, ni en las universidades más prestigiosas. Tampoco aparece en los grandes clásicos educativos, en los culebrones, ni en los corazones de chocolate. El significado de la amistad torta, trava, marica, no binaria, no está en sus manuales: sino que se encuentra en la calle y en los clubes; en los sucuchos “gay friendly” en los que nos metimos para que no nos acosen sus hombres; en los asados ahora más veganos, colaborativos, con tinto y fuego; y en los rincones del under, donde la birra sale más barata y las lesbianas no están en el closet, sino en el escenario tocando una de Sandra y Celeste, así: mujer con mujer, espalda con espalda. 

La amistad es para nosotres la posibilidad de compartir quienes somos con alguien más, cuando todavía no lo hemos compartido ni con nosotres mismes. Cómo en esa parada de micro, cuando Victoria, mi primera lesbiana, me contó de sus amores y sus tristezas, como una forma de decir “acá también se puede hacer pié, si se tiene amigues que sostengan”. Yo me llamé lesbiana por primera vez y no pude volver a callar.


Compartí esta nota en redes