El Wanda Gate arrasó el minuto a minuto mediático y conmovió a toda la opinión pública. ¿Y si en vez de enfrentar a mujeres y hablar de varones arrastrados, debatimos sobre las diversas maneras de vincularnos sexoafectivamente?
El tema tomó las conversaciones de las sobremesas, las redes sociales y los livings de los magazines de televisión. La música popular no se queda atrás: basta con agudizar el oído en la playlist de turno para que se asomen esos deseos irrefrenables de “caer en la tentación” de relacionarnos con otras personas. La monogamia parece agotada, y aunque resiste estoica, empiezan a crecer los cimientos de reivindicaciones políticas que buscan formas más sanas, más libres y más placenteras para vincularnos con lxs otrxs.
¿Cuántas formas de habitar el amor existen? ¿De qué manera caló la cultura para que cuestionemos si es posible separar o no el placer sexual, la conexión emocional o la “calentura”? ¿A costa de qué sostenemos la monogamia y por qué cuesta tanto correrse de esta imposición social? Con mandatos como la exclusividad, la competencia y la acumulación en jaque, se abre una puerta para confirmar que estamos viviendo una etapa de transición. Hay tal crisis (y bienvenida sea).
Dicen que por ser amantes, somos descaradxs
Brigitte Vasallo, escritora feminista y activista LGTB, define a la monogamia como un sistema opresor y tirano donde no hay opciones, sino mandatos. Y esos preceptos se han cristalizado de tal forma, que cuando una persona opone resistencia, puede inundarse de dolor e incomodidades. “Hemos dejado de creer en Dios, en el capital, en el patriarcado y en los noticieros. Hemos vencido la virginidad obligatoria, el matrimonio obligatorio y la heterosexualidad obligatoria. Hemos formulado proyectos de mundos nuevos, de relaciones sociales, vecinales, culturales, pero al llegar a casa acabamos refugiadxs en el esquema conocido de siempre”, declara Vasallo y asegura: “Gritar contra el sistema está muy bien, pero poner tus sistemas emocionales, tus relaciones, al frente de la revolución es una auténtica cagada”.
Paloma tiene 25 años y desde los 16 mantuvo vínculos abiertos en la mayoría de sus relaciones sexoafectivas. Sin embargo, habita la incomodidad y refuerza la idea de que “cambiar el título no revierte el contenido” porque hay modelos y costumbres inscritas que le dan forma a esas acciones. “Las relaciones abiertas no se salvan del patriarcado”, afirma. En el artículo “Poliamor is the new black”, Vasallo profundiza al respecto: “Nadie sale de los sistemas opresivos en un solo click, firmando un papel o leyendo un par de libros. La única vía de escape está en boicotear sus dinámicas opresoras. Desde la ruptura formal de la monogamia hasta la construcción de relaciones no monógamas hay un abismo. Y en ese abismo es donde está la potencialidad del movimiento: en las dudas, en los límites, en los miedos, en los pasos adelante y los saltos atrás”.
Si todos los caminos conducen a Roma, los debates deberían terminar en la crítica al amor romántico. Entrevistada por Feminacida, la periodista española Sandra Bravo, activista no-monógama y gestora de la cuenta @hablemosdepoliamor, explica: “Criticamos a este sistema que nos educa a amar de una manera determinada: heterosexual, monógama y siguiendo ciertos mitos tales como si hay celos es amor verdadero, o que el sexo y la pasión deben estar en la cumbre de la relación, o que tu pareja es tu otra mitad. Creencias que hacen que convirtamos las relaciones amorosas en algo bastante dependiente y aislante”.
Brigitte Vasallo propone romper con el “amor disney”. Porque la revolución de los afectos que plantea en sus publicaciones, incluye también las velas y los bombones. Lo que queda afuera es la violencia simbólica que puede inscribirse en la eternidad y exclusividad de los vínculos. “En la vida real nos enamoramos, amamos y seguimos enamorándonos a nuestro pesar de otras personas, seguimos sintiendo el latigazo de la pasión, de los deseos, de la curiosidad, seguimos cruzándonos con seres que nos conmueven. Y es ahí donde somos secuestradxs, donde nos negamos, nos prohibimos sentir. O prohibimos a los demás que lo hagan”, desafía la autora.
Por más que yo intente esconderlo, también lx quiero a ellx
“Eso que llaman desayuno, es responsabilidad afectiva”, escribió una piba en Instagram cuando surgió el dilema en las redes sociales. ¿Un mate con tostadas después de coger significa querer comer perdices? Para dejarlo en claro: ir en contra del amor romántico no significa abolir la ternura y la amorosidad de nuestras relaciones sexoafectivas. Ahora bien, ¿por qué se cree que vincularse de esa forma implica necesariamente jurar amor eterno? ¿Qué tan adentro llevamos las novelas de Thalía, Adrián Suar y Cris Morena?
Sin embargo, en palabras de Vasallo, tampoco se trata de dejar cadáveres emocionales por el camino. En el artículo “Romper la monogamia como apuesta política”, la escritora advierte: “El cambio de paradigma que propone la ruptura de la monogamia obligatoria no es la banalización definitiva de los amores, sino todo lo contrario: el compromiso final, el que late en el fondo de los compromisos políticos, ideológicos y sociales, pero que es bastante más jodido, bastante menos vistoso y bastante más arriesgado”.
Porque ser libres implica ser responsables. “Deberíamos cuidar de cualquier persona independientemente de si es futurible o no”, dice Bravo y agrega: “La responsabilidad afectiva implica hacerse cargo de nuestros actos y emociones. Y saber que la propia interactúa con la de las personas con las que unx se relaciona. Entonces, actuar de mala fe, romper el acuerdo y poder pedir disculpas, también es asumirla”.
Analía Álvarez, profesora especializada en ESI e integrante del ciclo audiovisual “Seguimos educando”, va más allá y plantea la responsabilidad afectiva como una contrapropuesta política de los feminismos frente al agotamiento de los ideales del sistema monógamo. En diálogo con este medio, enfatiza sobre la importancia de hablar del tema durante la adolescencia, etapa clave en la construcción de subjetividades: “En primer lugar, implica desnaturalizar el amor romántico, la monogamia y la heterosexualidad como dominantes de las relaciones sexoafectivas. Y desde allí, proponer nuevos horizontes, nuevos imaginarios, nuevas representaciones, que tengan como principios organizadores la equidad de roles y posiciones, la democratización de placeres y posibilidades y el cuidado de unx mismx y del otrx”.
El roce de tu piel a mí me vuelve locx de placer
Si la cultura atraviesa nuestras corporalidades, ¿qué lugar ocupa el sexo en las relaciones afectivas? ¿Es posible separarlo? ¿Por qué cuesta concebir a la sexualidad por fuera del vínculo con el que construimos un proyecto de vida, por ejemplo? ¿Qué se deposita en la relación con unx compañerx? ¿Puede lo sexual mutar mientras la compañía, la confianza y los proyectos se afianzan? Parece que el equipo de las preguntas le está ganando por goleada al de las respuestas.
Eugenia tiene 24 años. Después de dos relaciones cerradas, la primera cargada de violencia y formas que no volvería a repetir, tuvo una relación con Martín. Ambos venían de noviazgos muy largos y quisieron experimentar con otras personas. Actualmente, Eugenia tiene una relación abierta con Nicolás y está segura que no volvería a tener vínculos cerrados. Si bien hay cierta jerarquía, se relaciona sexual y afectivamente con otras personas: con algunas de manera más estable y con otras, más pasajera. Como Paloma, ella también insiste en que más allá de la teoría, es complejo porque todo depende de las particularidades que cada unx construye con el otrx, que es únicx y específicx.
Brenda y Carolina tuvieron una relación cerrada durante ocho años, hasta que consensuaron sacar al sexo de la exclusividad. El diálogo y los acuerdos tienen que ser el leitmotiv de los vínculos sexoafectivos: en los cerrados, en los abiertos, en todos. Vasallo asocia a las relaciones monógamas con ollas a presión, y como tales, para que no exploten, tienen válvulas de escape: la mentira es una de ellas. Hay una cumbia que ya lo advierte: “Es tan grande el deseo, no me puedo contener”. ¿Entonces qué sucede con la fantasía? ¿Cuáles son las consecuencias de reprimir eso que deseamos y alimentar tanto la imaginación?
En la práctica, las parejas monógamas se enfrentan a los dilemas y contradicciones propios del sistema. “Tener relaciones sexuales durante toda la vida con una única persona no siempre es tan satisfactorio como dicen las películas. Por empezar, porque las personas evolucionamos sexualmente a través de los años, y por mucho que ames a tu pareja, no siempre evolucionas en la misma dirección. Para seguir, porque una sola persona difícilmente puede cubrir todas las fantasías sexuales a riesgo de convertirse (y convertirla) en una esclava sexual. Y para acabar, porque hay algo que una pareja de largo recorrido, por pura definición, no puede ofrecer: la novedad que, en términos sexuales, puede ser muy atractiva”, desarrolla la escritora. También habla de cómo, en la fidelidad sexual, se perpetúa la propiedad de los placeres y de los cuerpos para que el capitalismo emocional prospere. No quedan dudas de que siempre será lo más sano conversar e indagar en nuestros deseos.
Entonces, ¿es posible correr al sexo del centro, de ese lugar supremo e impoluto? Julieta Greco es antropóloga y trabaja sobre la construcción de vínculos desde el amor libre. Consultada por Feminacida, sostiene que, si bien es válido y potente cuestionar e intentar desnaturalizar la monogamia como el único modo posible del amor, “¿estamos poniendo en cuestión realmente nuestras redes afectivas si solo discutimos la exclusividad sexual?”
“La monogamia va mucho más allá de la multiplicidad o no de lxs compañerxs sexuales que podamos tener: es un modo de organizar, jerarquizar y concebir la vida. Son dispositivos históricos que estructuran nuestro pensamiento, nuestra subjetividad. Si no vislumbramos eso, posiblemente lo que desarmemos sea accesorio. Frente a una jerarquía que instituye a la pareja como el lugar afectivo por excelencia ¿qué lugar le damos a nuestras relaciones de amistad? El desafío es desanudar el modo en que la sexualidad organiza y jerarquiza nuestros encuentros afectivos”, interpela la antropóloga feminista.
¿Que nadie sepa mi sufrir?
Intentar otras formas de vincularse no tiene nada que ver con cortar un boleto hacia la liberación de aquello que oprime o lastima. Nada es tan fácil ni absoluto. En el viaje hay que frenar porque aparecen los conflictos, las incomodidades, los celos, el ego, la competencia, la inseguridad, la ira. La angustia es inevitable. ¿Cómo bancamos las paradas? ¿De qué forma se gestiona todo lo que sentimos y se atajan las presiones?
“Veo muchas personas que tienen más de diez vínculos y son horizontales. Yo no puedo. Soy esto, me gusta estar en relaciones, me gusta compartir. Ahora estoy segura que en una relación monogámica me volvería tarada de los celos”, asevera Eugenia, mientras que Paloma revela: “A veces me pasa que me siento presionada a verme con varias personas para ‘demostrar’ que tengo un vínculo abierto, porque sino es careta lo que estoy haciendo. Y en realidad actualmente no siento ganas de compartir con otras personas”.
“Pareciera que si rompemos con la monogamia en teoría tendríamos que ser muy cool y tener todas las emociones muy bien controladas, tener agenda con muchas personas y no sentir celos. Entonces pareciera que si te pinchan no te sacan sangre. Ese ideal de persona no existe y generarlo es frustrante e innecesario por la culpa que puede generar”, aclara Bravo. En sintonía, Greco propone reivindicar la experiencia del dolor, pero justamente no la ligada a la violencia, al abuso ni al hostigamiento: “La posibilidad de doler y nuestra propia vulnerabilidad están profundamente ligadas a la potencia de aventurarse en un otro. La potencia de la experiencia amorosa está dada por ese riesgo, hay algo de esa ambivalencia que es constitutiva de amar. No es que sea necesario doler: es que es lo que efectivamente ocurre. ¿Qué nos duele? ¿Por qué nos duele? Colectivizar este tipo de reflexiones también parece ser un lugar fundamental. ¿Cómo vamos a romper con tantas estructuras si no estamos dispuestxs a rompernos un poquito nosotrxs mismxs?”
Tan solo quiero sentir lo que pide el corazón
Si el hueso de tal crisis está en la construcción de sentidos, ¿cómo no hablar de educación? Y aunque la ruta tenga algunos pozos, es posible pararse sobre algunas certezas. Aspirar a educar para el amor no sólo es posible, sino que implicaría una disputa real de poder a este sistema que se la rebusca para perpetuarse. En conversación con Feminacida, las docentes integrantes de la cuenta @consultorioesi aseguran: “Militamos y apostamos por una educación que conciba el establecimiento de las relaciones sexoafectivas en particular, pero también los vínculos en general, desde un paradigma más igualitario, que contemple la libertad, los intereses y los deseos de cada unx”.
Cuando Noelia, docente de Comunicación de una escuela secundaria, abordó el tema en el aula y desafió a lxs estudiantes diciéndoles que abrir la pareja a la larga traía problemas, Celeste respondió: “Cerrarla, también”. Chicxs, saluden a la profe que se va.
¿Qué sucedió con nuestra crianza y experiencias que, a priori, parecen distar de los discursos que traen lxs adolescentes en las escuelas? Los debates que se dan en la escena pública, pero también en las conversaciones privadas, son una buena oportunidad para trabajar el eje de “Valorar la afectividad” que propone la ley de Educación Sexual Integral. “Es un gran elemento pedagógico que nos permite problematizar las limitaciones de esta institución y señalar en qué medida, y bajo qué circunstancias sociales, políticas, culturales e históricas específicas, la monogamia produce y reproduce desigualdades y violencias”, detallan las docentes entrevistadas.
Sin dudas, las vivencias y preguntas de las adolescencias permiten ver un horizonte más claro. Si lo subversivo es la posibilidad que se abre para desnaturalizar el sistema impuesto, si lo revolucionario es la invitación a replantearnos cómo y por qué amamos y cómo lo hacemos, entonces que haya más ESI para discutir. Y también para disfrutar.
Ilustración: Nuria Frago