Moxie narra la historia de una adolescente que, inspirada en el pasado de su mamá feminista combativa y en la resistencia sagaz de una nueva compañera de escuela, la incitan a construir un fanzine que revolucionará su escuela.
Se estrenó el mes pasado en versión largometraje, adaptado de una novela homónima de Jenniffer Mathieu. Fue dirigida y producida por Amy Poehler, conocida comediante y actriz estadounidense. La película cuenta la historia de una adolescente, Vivian, que con una vida muy cómoda logra salirse de lo establecido a partir de la llegada de una nueva compañera a su escuela, Lucy, que no se deja doblegar por la violencia patriarcal e institucional del lugar.
Discute, se enfrenta, se queja y denuncia la violencia machista con la que se encuentra al llegar. Vivian incluso le sugiere agachar la cabeza y no quejarse, para que el “ganador” apañado del colegio (la típica figura hegemónica deportista de las secundarias norteamericanas) vaya a molestar a otra persona y no la persiga más. Ante eso Lucy resiste con uñas y dientes y esto desencadena en Vivian un proceso de desnaturalización de las lógicas machistas y patriarcales subterráneas en su escuela, invisibles para ella hasta el momento. No porque no estuvieran sino porque estaban asumidas como dadas y, por lo tanto, permanecían bajo la superficie.
A partir de su incomodidad e indignación cuando su ficción anterior comienza a caer a pedazos, Vivian arma un fanzine anónimo que reparte en los baños de la escuela y se detona una gran revolución colectiva. Con un gran atravesamiento millennial, más allá de los smartphones y las apps, el Fanzine resurge y toma lugar como arma política de denuncia y movilización.
Violencias patriarcales naturalizadas. “Si no haces nada, sos parte del problema”
Acoso de compañeros, comentarios hostiles, ensañamientos, burlas, ranking de categorías objetualizantes, abusos encubiertos y una institución escolar que sostiene el entramado patriarcal. La política sexista de la escuela sobre la vestimenta heteronormativa y el acallamiento de lxs directivxs a atender alguna de estas situaciones en pos de defender a los privilegiados. Así, son algunos de los puntos visibles del iceberg de la constitución de la lógica heterocispatriarcal occidental que la película intenta y logra visibilizar.
La producción pone en cuestión la matriz que muchas denuncias y algunos otros documentales también buscan visibilizar sobre la cortina de privilegios e impunidad que sostienen a los jugadores de deportes como así otras figuras de alta visibilidad como suelen ser políticos, empresarios, músicos. No hace falta revisar demasiado para ver cómo se les defiende sin que tengan que decir nada o cómo se desconfía y se culpa enseguida a la víctima. Como dice la consigna feminista, el problema no es el deporte en sí. El problema es la violencia que se ejerce, permite, avala y sostiene por el poder.
Amores en la adolescencia
Como otro punto interesante, aparece la figura del amor y aliado feminista, el chico que empatiza y entiende de qué va lo que se reclama, pero que aún así no se coloca en el centro de la escena porque sabe que su lugar no es el de protagonista. No por eso deja de ponerse a disposición y de cuestionarse los puntos que pueden generarle interrogantes dada la construcción hegemónica y patriarcal de la masculinidad tradicional: el consentimiento, el lugar protagónico, la sensibilidad y la vulnerabilidad, entre otros.
Por otro lado, Moxie también muestra lo que en el feminismo fue hace años una consigna: “Los novios también violan”. Es algo que trae a la luz porque, si bien nunca dejó de suceder, todavía cuesta visibilizar. El consentimiento está puesto en juego siempre, se tenga un vínculo más afianzado o sea incipiente, sea formal dentro de los reglamentos aparentes sociales o sea un encuentro casual. El consentimiento es algo que está sujeto a acordarse cada vez. Tiene que ver con tener en cuenta a la otra persona, a cómo está, a si tiene ganas y a que ninguna parte pueda desentenderse de ello. El noviazgo no implica obligatoriedad ni tener que decir que sí en todo momento.
La salida es colectiva
Moxie no será ni la primera ni la última película que busca plantear cuestiones feministas. No es completa pero tampoco le pedimos serlo: sabemos que las cosas no se muestran ideales por más buenas que estén, ni completas, ni nada es tan homogéneo. Pero sí tiene una potencia interesante: la de mostrar y ficcionar —con el componente contagioso que tiene y con el necesario riesgo de materializarse —otras adolescencias posibles desde una perspectiva de género, con el espíritu en la apuesta de democratizar y de poder vivir un tránsito más saludable y diverso en las escuelas, en los vínculos sexoafectivos tempranos, en la amistad e incluso en la familia.
Moxie: marcha, coraje, valor
Moxie no deja de tener críticas: la protagonista es hegemónica y de clase media-alta, heterosexual y blanca. Pero, como producción audiovisual, y en tanto construcción histórica y cultural comparte una historia posible entre otras. Con pasiones alegres y tensiones, encarna diversidades no sólo sexuales sino también étnicas, y a la vez también trae el repetido retruécano del poder patriarcal y de la explotación y domesticación de lxs cuerpxs, las subjetividades y las vidas cotidianas.
Así como en el anonimato, con una mirada, un gesto o un distintivo común, muchas de las compañeras comienzan a juntarse, a ubicarse, a encontrarse en las experiencias similares del género, la violencia y la opresión, se empieza a gestar una revolución que conmueve todos los órdenes sociales.
Hay un efecto incluso reparatorio, de quienes transitamos y vivenciamos otras adolescencias un tanto más alienadas, cercanas a los mandatos, con muchos velos sobre las violencias clasistas, racistas y de género. La importancia de ficcionar otros mundos posibles radica en el giro de acercar algo que se vuelve materialmente posible: las revoluciones feministas.