Desde el 5 hasta el 6 de enero, en todo Corrientes, y al igual que en Paraguay y Uruguay, se celebra a San Baltasar, el Santo Negro. Las mujeres tienen allí un rol fundamental. En esta crónica, cuentan la historia.
Foto de portada: Paula Souhile
Si hay algo que caracteriza a las mujeres afrodescendientes es su rol fundamental en mantener viva la cultura y su historia a través de los relatos orales. Son las encargadas de trasmitir de generación en generación las tradiciones. En particular las que tienen raíz negra, que están ocultas en los libros, pero presentes en la memoria de bisabuelas, abuelas, madres e hijas.
Esto sucede a lo largo y ancho de toda nuestra América, también en nuestra Argentina. Corrientes es una de las provincias donde sucede la magia. Aquí el Santo Negro, al que llaman "el más candombero", San Baltasar, juega un rol clave en esos relatos.
Se abre la puerta de rejas de un patio enorme, en el que están sentadas en un semicírculo casi perfecto las dueñas de casa junto con sus familias y vecines. En el centro de esa figura geométrica ancestral, al lado de la puerta de entrada de la casa, se dejan caer cortinas de color amarillo y rojo, decoración puesta exclusivamente para la ocasión. Allí delante está San Baltasar, con su corona y su capa roja. Algunas velas y su presencia hacen del momento algo vinculado al encantamiento.
Da la bienvenida una mujer que deja ver entre sus rasgos y su pelo la historia de una comunidad entera. Enseguida reciben a les invitades, sus hijas y sobrinas, ofreciendo empanadas y cervezas. Luego de compartir un buen rato, se arma la cuerda de tambores, las bailarinas se ponen sus polleras blancas y comienza la ceremonia, que es pagana, aunque todo el contexto se sienta como un templo.
Candombe correntino es el ritmo que se toca, junto con chamamé, también charanda, ambos corresponden a músicas tradicionales de estas tierras que en general llevan cantos, que entona alguien que los sabe, y luego el resto hace de coro repitiendo la melodía. Lo mismo sucede en todas las tradiciones religiosas de raíz afro. La charanda de la libertad es uno de esos cantos:
"Los parches gritan arriba mi compañero.
Es tiempo que nos juntemos todos los negros
Bandera de cielo limpio para mi tierra
Mi patria tiene su rostro de piel morena"
Y el coro formado por bailarinas, vecines, amigxs responde:
"Ole y oleie y ole o ola
Con la charanda la libertad
Candombe y luna para bailar
Sobre mi pena retumba y va"
Así, van pasando una tras una las personas que quieren saludar al santo y hacerle sus agradecimientos, aunque también hay quienes prefieren hacerlo en soledad, prenderle una vela y charlar.
Llegan más invitades justo en el momento en que sucede el saludo. Para no perder la magia entran por la puerta más integrantes de la comunidad afroargentina de Chaco, Santa Fe y Buenos Aires, con sus tradicionales tambores y sus bailes que aunque son algo distinto en sus formas, la raíz africana es la misma.
Al finalizar se abre un micrófono y un hombre adulto invita a decir algunas palabras. Saluda Uli Gómez, tamborero que mantiene viva la tradición a través del parche y su familia. Si hay algo que lo caracteriza es la espontaneidad de sus sinceros agradecimientos, en este caso a la familia de Romi y a los presentes.
Romi es nieta de la dueña del Santo. Es quien abre la primera página de esta historia. Cuenta que su abuela estuvo presente en esta fiesta hasta el año pasado, pero que hoy ya no está de cuerpo presente. Se emociona, recordando quizá la felicidad que tenía al ver tanta gente llegar a casa para saludar a al santo que la cuidaba. "Somos muchas generaciones ya que venimos sosteniendo viva la tradición", cuenta a viva voz y es interrumpida por su madre que se encuentra al otro extremo del patio y grita: "La quinta, vos sos la quinta generación".
Cinco generaciones de afroargentinas y afroargentinos celebrando el 6 de enero a San Baltasar, como para que después nos quieran convencer de que en esta tierra no hay negros.
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Luego de la emoción, la mamá y la tía se levantan de sus sillas con el impulso de quienes necesitan contar la historia luego de siglos de silencio, toman el micrófono y abren el siguiente capítulo.
"Mi mamá me contó, que su abuela le contó" es como dan inicio a cada relato. En esa frase está explícita cuál es el legado de las mujeres negras: contar las historias. Hablar. Pero no con cualquiera, primero con la familia para mantener ahí la llama del sostén. Bisabuela le cuenta a la abuela, y así sucesivamente. No está en los libros, está en la tierra. No está en los museos estatales, está en los barrios populares de lo largo y ancho de nuestro enorme país.
"En mi juventud, yo ya tengo 70 largos, hacíamos baile el 6 de enero, pero otro tipo de baile, ya entre nosotros, con el tiempo, cada uno con sus responsabilidades se fue acabando. Pero nunca acabó del todo porque la misa de San Baltasar siempre estuvo, fue pasando de generación en generación, tía Feliciana, tía Obi. Y hay muchos vecinos que tenían hijos que eran promeseros y siguen viniendo, acá está presente esa familia", cuenta Sara y señala a un grupo a su costado izquierdo.
"La mamá de ella (su bisabuela) ya veneraba al Santo, después mi abuela falleció y tomó la conducción del Santo mi mamá, después mi mamá fallece (Obidia) y nos da a nosotras, las hijas, la conducción, pero como ya somos grandes, le abrimos un poquito el paso a la juventud", agrega y continúa: "Nosotras nos sentimos muy agradecidas porque la juventud trae mucha energía. Mi mamá nos contaba la historia de las grandes fiestas, que venían en carruajes, eran caminos de tierra, ni había muros, era todo abierto. Ponían alfombras rojas sobre las calles de tierra en honor al santo y venían de todos lados a tocar. O sea que este santito viene con una historia muy rica".
"El Santo con esto se nutre, es el santo de la alegría, la felicidad y él está seguramente disfrutando"
Historia viva. Llevan en su cuerpo y experiencia las tradiciones africanas en Argentina. Cuentan que su comida principal era la mazamorra, que las abuelas cuidaban a los nietos y eran tantos que no entraban en la mesa, por eso ponían una lona en el piso y ahí mismo servían.
Conocen que su antepasado vino de África y luego pasó por Brasil y de allí quedó asentado en Corrientes. Conocen porque dicen, eran las más chusmas y le preguntaban a sus mamás, pero sienten que la intriga vino tarde, hay mucho que se fue con quienes ya no están en este plano. Por ejemplo, no saben el nombre de su bisabuelo, pero sí el apellido. Él vino esclavizado, vivió en esa misma casa/templo donde este 2023 se volvieron a abrir las puertas.
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Son muchas las historias de las mujeres alrededor de este Santo, historias íntimas, de vida y de muerte, de celebración, promesas cumplidas y agradecimientos. Sólo basta acercarse a la puerta para que sean abiertas y entender a través de la música, la religión y la danza la historia de un pueblo entero, que existe, pero que no todes quieren ver y escuchar.
Este relato surge a partir de una ceremonia familiar de una de las tantas que tienen su Santo y lo celebran. Las fotos a son del día del festival, durante la medianoche del día 5 de enero y en el desfile de tambores por la calle Pago Largo, en el tradicional barrio Cambacuá, lugar histórico de la comunidad afroargentina. Allí también suceden cosas del plano del encanto y la magia.
¡Que viva San Baltasar! ¡Viva Corrientes y su comunidad afroargentina! ¡Y viva las mujeres negras que mantienen vivo el fuego!
Gracias Romina y familia, gracias Uli, Viki, Raul y Agus por abrir las puertas de sus historias.