Mi Carrito

Transfeminismo para que reine en el pueblo la igualdad

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Foto de portada: Victoria Eger

En el Día Internacional de la Mujer, Mónica Macha, Diputada Nacional por el Frente de Todos y Presidenta de la Comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados, escribe y debate sobre aquellos temas que atraviesan las vidas y corporalidades de mujeres y personas LGBTTIQ+. El recorrido histórico y legislativo del ámbito laboral para las mujeres, lesbianas, travestis y trans; las luchas que el transfeminismo aún tiene por delante y las dicotomías que todavía nos interpelan. Porque para seguir avanzando hacia la igualdad y la erradicación de las violencias es imprescindible incomodarnos siempre un poco más.

Muchos años antes de descubrir en los libros de sociología que lxs únicxs que producimos valor somos lxs trabajadorxs, ya sentíamos el peso del trabajo en nuestros cuerpos y en nuestro modo de interiorizar la experiencia laboral. El trabajo para las mujeres, lesbianas, travestis y trans encadena una desigualdad histórica.

Entre techos de cristal, salarios a la baja, exclusiones de los espacios de decisión y esquemas armados por (y para) las vidas de masculinidades hegemónicas, enfrentamos una transformación de primer orden: hacernos un lugar ahí donde producimos nuestra vida material, profesional y simbólica.

No descubrimos nada diciendo que el trabajo es el gran organizador de los proyectos de vida, pero es necesario decirlo una vez más. El trabajo formal y digno conlleva la seguridad social, la cohesión ciudadana y la posibilidad primera de planificar (o no según se quiera, pero siendo una decisión) los proyectos de vida.

Las políticas estatales y la materia legislativa que venimos generando para el acceso a un trabajo digno por parte de las mujeres y diversidades empiezan a producir transformaciones inmediatas en esas vidas, pero también abre un nuevo horizonte para quienes crecen desafiando los mandatos sociales y los estereotipos de género. Al ya histórico decreto sobre cupo laboral travesti trans en la administración pública, se suma la inevitable e impostergable ley de cupo laboral que trabajamos en diputados y ya cuenta con dictamen. Solo resta votarla. Y hacer historia.

Venimos trabajando en una serie de proyectos de ley que garantizan la paridad y tienden a una representación justa en distintos espacios sociales entre los cuales se encuentran los directorios de las empresas estatales. Es decir, si no estamos en los lugares de decisión de las estructuras laborales vamos a seguir teniendo un poder machista y una organización que nos excluye e impugna. Necesitamos ser parte de las decisiones porque somos parte de la fuerza de trabajo que mueve el mundo todos los días.

El 8 de marzo es una fecha que excede a la lectura de la vida laboral. Y en este sentido hay un punto clave para reconocer y seguir en las luchas transfeministas de ésta época. Nuestro trabajo y nuestra militancia ya han agotado muchas instancias de visibilidad, denuncia y acción. Entonces, como el trabajo realizado es mucho y profundo, es sólido e irreversible, necesitamos dar un paso más.

La violencia machista, los femicidios, las crueldades sobre nuestros cuerpos y subjetividades,  deben estar en el centro de la conversación pública. Tocar la fibra personal y política en cada mesa, en cada espacio social. Volver este tema y esta violencia una crítica constante, que nos interpele más allá del hecho puntual, de la rutina del horror que vivimos con el anuncio de cada nuevo femicidio. Un sentido que nos mueva y nos conmueva, que nos atraviese y atraviese a los otrxs, que nos subleve. Necesitamos un compromiso social de todxs y desde todos los espacios. Implicar a los varones. Utilizar nuevos recursos. Nuevas influencias. Nuevos mensajes. Ir más lejos. Tiempos radicales, necesitan de métodos radicales.

En esta lógica, hay ciertas dicotomías que heredamos y que hoy son inconducentes. Por ejemplo: punitivismo vs. garantismo. Y lo digo como alguien históricamente inscripta en el garantismo. Pero la violencia por razones de género nos obliga a pensar nuevas categorías. Sin armar bandos o rivalidades. La clasificación nos hace daño, como método pero también como colectivo. El que rotula y rotuló siempre fue el mercado. Y los rótulos antes o después se transforman en mandatos normativos. Precisamente eso que queremos transformar sin perder la brújula de nuestras convicciones y del feminismo popular que construimos.

Pero también la dicotomía sobre sumar o no a los compañeros varones a nuestra lucha. En primer lugar las respuestas plenas suelen ser reduccionistas. Pero además, ¿en qué estrategia de transformación no se incluye al agente del problema? ¿Cómo vamos a transformar las prácticas machistas si no trabajamos para que no se produzcan y reproduzcan encarnadas en los varones que luego las desatan? El desafío de este tiempo también es romper el cerco, la burbuja de contenido y el microclima para interpelar más allá. Pero sobre todo, para que la pedagogía de la crueldad, como dice la querida Rita Segato, no siga reproduciéndose en los cuerpos y subjetividades de los varones. Es decir, necesitamos un varón nuevo. Nuevos modelos de masculinidades. Y en eso se juega buena parte del triunfo de este proceso transformador. Sin nosotras es imposible, pero no depende solo de nosotras.

Y es importante saberlo por dos razones. Para no frustrarnos, para no sentir que muchos de nuestros esfuerzos son estériles. Sino por el contrario tener en claro en qué lugares acumula y tributa nuestro trabajo y nuestra militancia y en cuáles aún tenemos un terreno virgen por explorar. Pero además, porque la violencia por razones de género (como todo problema social) es relacional. No es en esencia. Sino en la relación social que lo produce. En cómo el patriarcado se ha entramado en nuestra vida cotidiana y eso no depende de una sola variable desmontarlo ni alcanza solo con declararlo. 

Un punto más: la relación profunda y crítica entre propiedad privada y poder. El régimen de propiedad histórico de nuestra sociedad actual funda una forma de violencia. La de creer que el otrx es tu propiedad y dispones del modo que quieras. Esa lógica de crueldad tenemos que transformarla. Desde los feminismos construimos poder y ejercemos poder de otra manera y eso debe implicar también al modo de relaciones. La violencia que sufrimos las mujeres y diversidades no es solo de género, además es de clase y de raza. Como identidades no machistas, como sectores populares y trabajadores, como latinoamericanas profundas, necesitamos recuperar e inventar modos de organización social más humanos, inclusivos, honestos, abiertos y transformadores. No podemos utilizar (solamente) las herramientas que nos dominan para librarnos de esas cadenas. Es preciso crear nuestros propios instrumentos y espacios de sublevación, cambio y liberación. 

El horizonte es la igualdad y una vida libre de violencias. Una igualdad que sea la expresión de las diferencias. Hacia ese lugar vamos todos los días, con las marchas y contramarchas que tiene la historia, pero sabiendo que el futuro es libertad.


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